martes, febrero 23, 2021

Conversaciones Necias

 Los cuentos obscenos, las conversaciones necias y los chistes groseros no son para ustedes. En cambio, que haya una actitud de agradecimiento a Dios” (Efesios 5:4, NTV).

Tenemos aquí a Pablo dirigiéndose a los creyentes del primer siglo en Éfeso. Pero bien podría estarse dirigiendo a un grupo de jóvenes universitarios luego de escucharlos hablar sobre el “influencer” de moda en YouTube, la película más reciente de Hollywood o repitiendo el chiste del momento. ¿Para hacer las historias divertidas se tiene que recurrir a lo vulgar, lo sarcástico, lo sensual, lo grosero?

 Tengamos cuidado porque los cristianos representamos a Cristo ante el mundo. Los dos primeros versículos de Efesios 5 inician así: “Por lo tanto, imiten a Dios en todo lo que hagan porque ustedes son sus hijos queridos. Vivan una vida llena de amor, siguiendo el ejemplo de Cristo. Él nos amó y se ofreció a sí mismo como sacrificio por nosotros, como aroma agradable a Dios” (Efesios 5:1-2, NTV).

 ¿Cómo le estamos representando? ¿Con qué cara podemos decir que somos sus hijos? ¿Las personas a nuestro alrededor son atraídas a Jesús cuando nos conocen? ¿Nos observan y nos dicen “¿Qué tienes adentro? ¡Queremos ser como tú!”? ¿Despedimos ese aroma agradable a Dios que menciona Pablo, o… ¡Apestamos a vulgaridad!?

 Suena tal vez fuerte, pero recordemos que el nacimiento de Jesús fue precedido por anuncios de ángeles. ¿Cómo podemos hablar de Jesús si nuestra boca ha estado llena de groserías, chismes y conversaciones necias?

 Por el contrario, seamos esos ángeles, llenemos nuestro interior del Espíritu Santo y desbordemos su fruto: amor, alegría, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad y control propio. Así cuando la gente nos conozca de cerca, no nos preguntará…, nos exigirá que les expliquemos por qué somos diferentes. ¡El mejor evangelista es el imitador de Cristo!

jueves, octubre 22, 2020

Alas como Paloma

 “Si tan sólo tuviera alas como una paloma, ¡me iría volando y descansaría!” (Salmos 55:6).

 ¿Alguna vez ha estado en cierta situación de la cual desearía escapar y descansar? Si es usted un estudiante, ¿tal vez un examen para el cual no estudió? Si tiene dificultades financieras, ¿tal vez al recibir el estado de cuenta de la tarjeta de crédito? Si tiene familiares conflictivos, ¿tal vez en medio de alguna discusión?

 En el caso del Salmo 55, el autor, David, expresa que fue traicionado por un amigo y le dolió mucho. “No es un enemigo el que me hostiga, eso podría soportarlo. No son mis adversarios los que me insultan con tanta arrogancia, de ellos habría podido esconderme. En cambio, eres tú, mi par, mi compañero y amigo íntimo” (Salmos 55:12-13). ¿Alguna vez lo decepcionó su pareja o un amigo(a)?

 Es entonces que David escribió: “Si tan sólo tuviera alas como una paloma…” Y quizás todos nosotros nos hemos sentido alguna vez así, con deseo de escapar, de no ver a la persona que nos decepcionó, de no hablarle. Sin importar si fue algo grande, como una traición de amor, o algo pequeño, como una no-invitación a cierta reunión. Queremos huir, aunque la gente a nuestro alrededor nos diga que todo será superado, que todo se resolverá. “¡Me iría volando y descansaría!” dice el Salmo.

 Pero huir no es la solución. Ni siquiera si vamos al desierto. “Volaría muy lejos, a la tranquilidad del desierto” (Salmos 55:7). La clave está en retirarnos un poco para reflexionar y orar, porque la solución al problema, cualquiera que este sea, sin importar que nos parezca una montaña insuperable en un momento dado, está en Dios. Notemos que el Salmo 55 termina con esperanza para los que depositan su confianza en Dios: “Entrégale tus cargas al SEÑOR, y él cuidará de ti; no permitirá que los justos tropiecen y caigan” (Salmos 55:22).

 ¿Qué tan grande es tu problema? ¿Más que Dios? ¡No es cierto! “¡Entrégale tus cargas al Señor…!”

viernes, octubre 02, 2020

Vasijas de Barro

 Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros (2 Corintios 4:7).

 ¿Cuál consideramos que es nuestro más preciado tesoro? ¿Nuestra casa, por la cual sufrimos con esa hipoteca tan larga? ¿Nuestro auto, el cual conseguimos luego de varios intentos y el cual lavamos y enceramos con mucho cuidado? ¿Nuestro celular, ese de la marca más prestigiada y que no vacilamos en sacrificar otras cosas para poderlo adquirir? ¿Nuestras alhajas, ese reloj, anillo y demás que heredamos de nuestros padres y ellos de nuestros abuelos? O incluso, ¿esos recuerdos, de aquel viaje, aquel concierto, aquella fiesta? ¿Cuál es nuestro más preciado tesoro? Y, tal vez más importante aún, ¿lo tenemos asegurado contra robo, extravío o mal funcionamiento?

 Cualquier cosa en la que hayamos pensado es, sin duda, la que mayor valor (monetario o sentimental) tiene para nosotros o la que más nos costó adquirir. Pero si usted es cristiano, probablemente su respuesta giró alrededor de Dios, Jesucristo y la salvación. ¡Felicidades! Porque esto no requiere seguro.

 Y es a lo que se refiere el autor de 2 Corintios. Que este gran tesoro, la luz de Dios en nuestros corazones, está en nosotros. Y nosotros somos vasijas de barro.

 Esta es una comparación extraordinaria que nos debe llenar de humildad. Pensemos en esa imagen de piratas que encuentran un gran tesoro en una cueva. Oro, joyas, monedas, etc., todo ello en vasijas de barro. Por supuesto que los piratas se llevarán las vasijas, pero sólo por su contenido. Si encuentran alguna vasija vacía, ¿acaso se la llevarán? Por supuesto que quedará abandonada. Moraleja: nuestro valor proviene de Dios. Sin Él, estamos vacíos.

 ¿Nuestro tesoro es nuestra fuerza física, nuestra mente ágil, nuestro carácter carismático, nuestra inteligencia superior…? Reflexionemos de nuevo. ¿Nuestra cuenta en el banco, nuestro empleo seguro, nuestra independencia financiera…? No nos equivoquemos. Somos vasijas de barro y cualquier cosa de valor que poseamos TEMPORALMENTE, “…viene de Dios y no de nosotros.” Entonces, no nos quedemos vacíos. Llenémonos de Dios.

martes, septiembre 08, 2020

Consolación

Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren (2 Corintios 1:3-4).

 Nadie puede entender mejor a quien acaba de perder un ser querido luego de una larga batalla contra el cáncer que quien pasó por lo mismo tiempo atrás. Nadie entiende mejor a quien está batallando con quimioterapias, que quien las padeció y sobrevivió. Una viuda puede comprender a una esposa cuyo marido acaba de fallecer. Una mujer abandonada por el marido a causa de una aventura puede entender el sentimiento de traición de una esposa que acaba de enterarse del adulterio de su marido.

 ¿Ha sufrido alguna tragedia, pena dolor? ¿Quién no? ¿Recibió consolación por parte de Dios? Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación. Tarde o temprano Dios nos sana (o nos sanará).

 Y si Dios nos ayudó y nos consoló en todas nuestras tribulaciones, estamos capacitados para consolar a los que sufren. ¿Superamos la pérdida de un ser querido? Ayudemos a quienes apenas están en el dolor. ¿Sobrevivimos una enfermedad complicada? Consolemos a quienes están luchando con los síntomas y/o el tratamiento. ¿Superamos la traición de alguien cercano? Apoyemos a quienes tienen el corazón destrozado por algo similar.

 ¿Creíamos que nuestro sufrimiento había sido en vano? Dios lo permitió para que estuviéramos en la posición perfecta para apoyar a gente en condición similar. Si Dios nos consoló, agradezcamos ayudando a otros. Como dice el versículo: Con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren.

 ¿Qué fue lo que sufrimos? ¿Crisis financiera, depresión, enfermedad, traición, soledad…? Hay alguien por ahí pasando por lo mismo. ¿Qué esperamos? ¡Consolemos a los que sufren!

viernes, agosto 14, 2020

Envidia

 “No te irrites a causa de los impíos ni envidies a los que cometen injusticias; porque pronto se marchitan, como la hierba; pronto se secan, como el verdor del pasto” (Salmos 37:1-2).

 Es inevitable sentir cierta molestia cuando leemos acerca de gente corrupta que se hace con contratos millonarios. Pensamos cosas como “Nosotros que trabajamos dura y honestamente y apenas ganamos lo suficiente…” “Ellos deberían estar en la cárcel y sin embargo viven como reyes…” y otras similares. Narcotraficantes, políticos corruptos, jueces que se venden, empresarios sin ética, etc. La lista es larga. Y va desde contratos multimillonarios hasta el compañero de trabajo que se embolsa todas las galletas dejando sin nada a los demás.

 Como bien dice el versículo: “No te irrites de los impíos ni envidies a los que cometen injusticias” (Salmos 37:1). Las cosas mal habidas no causan satisfacción perdurable. Veamos cómo continúa el Salmo: “porque pronto se marchitan, como la hierba; pronto se secan, como el verdor del pasto” (Salmos 37:2). Eventualmente quienes cometen injusticias pagarán su cuenta. No nos confundamos, Dios lleva un registro detallado de todas las actividades. ¿Cuántas gigas tiene disponibles Dios en su centro de información? ¡Vamos! ¡Todas las “nubes” del universo están a su disposición!

 Entonces, no envidiemos. Y mejor observemos los dos versículos siguientes del Salmo 37:

“Confía en el Señor y haz el bien; establécete en la tierra y mantente fiel. Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón” (Salmos 37:3-4). Y, por supuesto, desterremos al dinero de entre los deseos de nuestro corazón. Hay cosas mucho más importantes: amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe, humildad, autocontrol…

 “Confía en el Señor y haz el bien…” Ahí está el antídoto contra la envidia.

jueves, junio 04, 2020

Júbilo


Nuestra boca se llenó de risas; nuestra lengua, de canciones jubilosas. Hasta los otros pueblos decían: «El Señor ha hecho grandes cosas por ellos». Sí, el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros, y eso nos llena de alegría (Salmos 126:2-3).

¿Ha observado lo fácil que es para los niños pequeños reír? Cuando se reúnen para jugar, es muy probable que pronto los escuchemos reír a carcajadas por cualquier cosa. ¿Supongo que también ha notado que conforme fuimos creciendo, cuando nuestras responsabilidades aumentaron, cuando más personas comenzaron a depender de nosotros, nuestra capacidad para reírnos fue disminuyendo?

Es natural que cuando los períodos de trabajo (en el empleo y en el hogar) aumentan, los períodos de entretenimiento (con amistades y familiares) disminuyan. Pero ¿debemos resignarnos a esto? ¿No hay algo que podamos hacer?

No nos vayamos por el lado equivocado al responder. De todos modos, tenemos que trabajar y no podemos eludir nuestras responsabilidades. No es por ahí. El punto es incluir a Dios en nuestras vidas. Repasemos la segunda parte del versículo: “Sí, el Señor ha hecho grandes cosas por nosotros, y eso nos llena de alegría”

Esto es una gran verdad. Recordemos todo lo que ha hecho el Señor por nosotros: nos dio vida, nos dio los sentidos, nos dio un hogar, familia, amigos, una congregación de hermanos, alimentos, etc. No demerite ninguna de las cosas anteriores alegando que su pareja no es perfecta, que su auto tiene fallas mecánicas, que su cuerpo padece cierta enfermedad, que algunos de sus amigos le dan la espalda, etc. El Señor ha hecho grandes cosas por nosotros y nosotros debemos apreciarlas en lugar de ver los detalles grises que sin duda representan una lección para nuestro crecimiento espiritual.

Tan grandes cosas el Señor ha hecho por nosotros que hasta los extraños nos ven con envidia. “Hasta los otros pueblos decían: «El Señor ha hecho grandes cosas por ellos»” ¿No sonríe cuando se toma una selfie? Cuanto más sabiendo que al tener al Señor de nuestro lado, los demás nos observan: “Nuestra boca se llenó de risas; nuestra lengua, de canciones jubilosas” ¡A derrochar júbilo, que el Señor está con nosotros!

domingo, febrero 16, 2020

Sin Temor

El Señor mismo marchará al frente de ti y estará contigo; nunca te dejará ni te abandonará. No temas ni te desanimes (Deuteronomio 31:8).

Son palabras de Moisés expresadas a quien sería su sucesor en la dirección de los israelitas en su marcha hacia la Tierra Prometida. ¿Las podemos hacer nuestras? ¡Sin duda! Ciertamente no iremos a la guerra al frente de soldados mal entrenados, sin más armas que palos y piedras y además poco motivados para la lucha, pero tenemos nuestras propias batallas. Por ejemplo debemos representar a nuestra empresa en presentaciones de ventas con un equipo de empleados que no sabemos si responderá a la hora de la entrega, tenemos que ir a la sala de producción con equipo en mal estado, debemos atender a clientes con limitaciones de espacio y utensilios, tenemos que impartir clases a estudiantes distraídos y que preferirían estar en cualquier otra parte, y un largo etcétera según el área en que se desenvuelva su trabajo.

¡Qué oportunas son entonces las palabras de Moisés! “El Señor mismo marchará al frente de ti…” Suena tan bien que incluso no lo creemos. Dudamos que aplique a nuestra situación particular. Sin duda creemos en Dios, pero decimos: “Dios no va a estar en la empresa cuando llegue a trabajar por la mañana, no va a estar ahí cuando el jefe nos llame la atención por las bajas ventas, sin duda tiene cosas más importantes que hacer…” Creemos que Dios nos defenderá de nuestros enemigos, sin duda del diablo, pero en lo que hacemos todos los días, pues tal vez no…

Es importante que leamos con detalle el versículo porque también dice lo siguiente: “NUNCA te dejará ni te abandonará…” (énfasis propio). Y NUNCA quiere decir en la casa y en la oficina, en la calle y en el auto, con el jefe y con los clientes, con los compañeros y los amigos, con los familiares y vecinos, esto es, todo el tiempo estará con nosotros.

Si estamos conscientes de esto, incluso el final del versículo sale sobrando: “No temas ni te desanimes.” ¿Quién podría desanimarse si sabe que Dios ha estado al frente de él todo el día, todos los días? ¿De qué podríamos tener miedo?

Por supuesto que el hecho de que Dios está con nosotros no significa que no tenemos que trabajar. Josué tuvo a Dios de su lado, pero aún así tuvo que ir a la guerra. ¡Tenemos que ir a trabajar! La diferencia está en que lo haremos sin temor, contentos, motivados al saber que Dios va al frente de nosotros, inspirados, dispuestos a dar lo mejor de nosotros… ¡No nos puede ir mal! ¡Haga propio este versículo!