La cautela es una característica del carácter que nos hace reflexionar en las consecuencias antes de actuar, que nos evita los típicos lamentos “¿cómo pude ser tan estúpido?”, “¿por qué no lo pensé bien?”, “¡si no hubiera…!” Alguien dijo: “Los hubiera no existen.” Y tenía mucho de razón, ya que cuando enfrentamos las consecuencias de una acción (y en la mayoría de los casos, de una omisión), añadimos al daño, el sentimiento de culpa de la falta de cautela.
Exactamente ¿qué es la cautela? El diccionario la define así: (1) pensar para evitar los daños; (2) actuar con precaución y reserva; (3) cuidado. Ciertamente el ser cauteloso no garantiza la inmunidad, pero debería ser evidente que en términos estadísticos, la cautela disminuye las probabilidades de recibir daño y/o las dimensiones del mismo.
Consideremos entonces que el hombre cauteloso es aquel que antes (y debe quedar claramente remarcado el antes) de actuar, se hace a sí mismo las siguientes cuatro preguntas: (1) ¿Es esto lo que debe hacerse? (2) ¿Es este el momento oportuno para actuar? (3) ¿Es éste un método seguro? (4) ¿Ha pasado realmente el peligro?
¿Es esto lo que debe hacerse?
La primera y fundamental pregunta que normalmente se salta la persona impulsiva, la que acostumbra a reaccionar sin conectar el cerebro, la que es dirigida por los sentimientos de enojo, envidia, orgullo, etc. ¿Cuántas veces no hubiéramos debido quedarnos callados? ¿Cuántas veces no nos equivocamos al tomar una decisión? ¿Cuántas veces no lamentamos no haber hecho algo antes del desastre?
Robinson Crusoe pasó seis meses construyendo un bote en el preciso lugar donde un árbol de gran tamaño cayó a tierra. Consideró que era una buena oportunidad contar con ese gran tronco y se dedicó con ahínco al trabajo. Al terminar de ahuecarlo se dio cuenta que pesaba tanto que no podía moverlo y llevarlo al mar. Seis meses de su vida quedaron desperdiciados. Quizá no tenemos ejemplos de ese calibre en nuestras vidas, pero ¿no hemos iniciado proyectos, buenas ideas, que al final cancelamos? Ese negocio con nuestros amigos que no tuvo suficientes clientes, esa construcción que quedó inconclusa, ese arreglo que fue un desastre, ese crédito que no se pudo terminar de pagar o que nos costó más de lo que nos benefició, etc.
28 Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? 29 No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, 30 diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. 31 ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? 32 Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz (Lucas 14:28-32).
En el pasaje anterior Jesús se refiere a dos condiciones en que la cautela es importante: al edificar una torre (si usted no es arquitecto, cambie la torre por ese proyecto que tiene en la mente) y cuando nos enfrentamos a un enemigo (de nuevo, si usted no es rey o general, cambie la guerra por algo más cercano, como esa discusión que tuvo con sus compañeros de trabajo, ese malentendido con su familia política, esa respuesta airada a su jefe). Note además que Jesús lo refiere como algo que debería ser evidente y natural en todos nosotros (relea el versículo 28.) ¿Es así en nuestras vidas?
¿Es este el momento oportuno para actuar?
Muchas veces no es tanto que no hagamos lo correcto, sino que no somos capaces de mostrar cautela para hacerlo en el momento adecuado. En este caso, la cautela está íntimamente ligada a la paciencia.
Daniel Boone es un hombre recordado como un personaje que ayudó a colonizar el viejo oeste americano. Independientemente de los medios que utilizó, su valentía para negociar y resistir a los nativos americanos le valió un lugar en la historia de los Estados Unidos. Sin embargo no todo fue gloria y honores en su vida. Impaciente por ganar territorio, Boone se internó en área enemiga sin esperar refuerzos y su hijo de 17 años fue capturado, torturado y muerto por los nativos que resistían la colonización. Perdió a su hijo por no discernir el momento adecuado.
De nuevo parece un ejemplo extremo, pero no por ello menos ilustrativo de que podemos perder mucho al actuar impulsivamente. ¿Qué permisos otorga a sus hijos sólo por tener usted un momento de paz? Perder a un hijo hoy en día no precisamente es a manos de los pieles rojas. Difícilmente los Cherokees o Navajos tendrán algo que ver si pierde usted a su cónyuge.
El actuar en forma impulsiva genera sus consecuencias.
¿Es éste un método seguro?
Generalmente soy muy cuidadoso con las reglas de tránsito y aún cuando haya poco tráfico, aguardo la luz verde para cruzar. La última vez que obtuve una multa tenía algo de prisa por llegar a cierto lugar y al ver que había pocos autos, me pareció que podía ahorrar un poco de tiempo si no esperaba la flecha verde para girar a la izquierda. No se de dónde salió la patrulla, pero no tardó en indicarme que me detuviera. Merecido lo tenía y quedé agradecido de que la consecuencia de mi riesgo innecesario fuera pequeña. El punto es que la mayoría de las veces, cuando no ocurre nada negativo por incurrir en un pequeño riesgo, nos confiamos y cada vez se nos hace más sencillo seguir arriesgándonos e incluso, incrementamos el nivel de riesgo. Cruzar una luz roja, acelerar, dejar abierto el auto mientras bajamos a comprar algo rápido, dejar las ventanas abiertas de la casa cuando sólo vamos a la tienda, posponer el chequeo médico por que nos sentimos bien, no asegurar el auto, la casa, la vida, no ahorrar, etc. Muchas veces hemos perdido incluso la sensibilidad acerca de cómo nos estamos arriesgando o de cómo permitimos que nuestros familiares incurran en riesgos.
El propio Jesús nos muestra un episodio donde él mismo demostró cautela:
5 Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, 6 y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: “A sus ángeles mandará acerca de ti, y en sus manos te sostendrán, para que no tropieces con tu pie en piedra.” 7 Jesús le dijo: Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios (Mateo 4:5-7).
Es claro que Satanás estaba apelando al orgullo de Jesús, a su conocimiento de saber que tenía la protección de Dios, pero la contestación de Jesús es fantástica. En los Evangelios están registradas sólo tres tentaciones de Satanás a Jesús y en una de ellas ejemplifica Jesús con su contestación la cautela. ¿No debería estar claro el mensaje?
El pasaje anterior no es exclusivo para Jesús en una ocasión específica e irrepetible, sino que debemos leerlo como una aplicación personal y diaria a nuestras vidas. Cada día somos tentados a incurrir en pequeños riesgos (“al fin que no pasa nada”) y en cada una de dichas ocasiones deberíamos responder como Jesús: “No tentarás al Señor tu Dios.”
¿Lo recordará la próxima vez?
¿Ha pasado realmente el peligro?
No debemos bajar la guardia aún cuando parezca que el peligro ha pasado. Ciro de Persia luchó en vano por derrotar a los defensores de la ciudad de Babilonia debido a que los muros los protegían de manera insuperable. Ciro se retiró y la ciudad cayó en fiesta popular para celebrar la victoria. Ciro en tanto descubrió que el río Eufrates entraba a la ciudad por un acueducto. Con troncos logró desviar suficientemente el cauce del río como para poder ingresar con su ejército por el acueducto y sorprendió a la ciudad que seguía celebrando la supuesta victoria.
La lección es clara: mantener la cautela en todo momento, incluso cuando parece que salimos bien librados de algún riesgo. ¿Se hubiera Jesús puesto a celebrar luego que Satanás se había retirado? Difícilmente. La cautela no es temporal, sino una forma de vida, un rasgo de carácter que debemos fomentar y manifestar en todo momento.
Quizá es demasiado tarde para alguna situación que ya explotó, pero en tanto tengamos vida y la tengan nuestros seres queridos, debemos ser cautelosos.
2 comentarios:
Muy buen comentarios! últimamente en Argentina, donde vivo, he tenido tiempo de reflexionar sobre la cautela entorno a los sucesos de Gripe A y he acuñado una frase que tal vez sea reeditada pero que comparto para su reflexión:
"La ignorancia nos hace confiados, la educación nos hace cautos, y la mala educación nos hace desconfiados"
Notara que si bien se solapa con sus comentario tiene algunos rasgos distintivos.
Si nos basamos en el principal mandamiento exogeno "amaras a tu prójimo como a ti mismo" entenderemos que en muchos casos la cautela se transforma en desconfianza, y en esos actos no estamos honorando el principal mandamiento endogeno "...amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas", porque en esos actos hemos perdido la fé en dios y por ende en nosotros mismos.
http://www.made-inbet.net/archive/catechism_sp/p3s2c2_sp.html
Un afectuoso saludo.
Gracias por publicar esto, fue muy útil y le dijo a una gran cantidad
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