Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3:16-17)
¿Cuántas veces nos hemos enfrascado en discusiones con amigos, compañeros de trabajo, familiares o vecinos sobre diversidad de temas y hemos empleado la frase: “Yo creo que…”? No está mal si se trata de una charla de café, pero es incluso contraproducente si estamos compartiendo el Evangelio.
El problema es que al utilizar dicha frase estamos basando nuestras opiniones en nuestro nivel de autoridad. Nada habría que objetar si fuéramos autores de varios libros, conferencistas renombrados, o ministros experimentados, pero si no… No nos ofendamos, pero al defender la fe con bajo nivel de autoridad, hace que nuestros argumentos estén a la misma altura que el de nuestros interlocutores y se pierdan sin producir mayor efecto.
¿Qué debemos hacer? De hecho la solución es muy sencilla. Cambiemos la frase: “Yo creo que…” por la frase: “La Biblia dice…”
Esa sencilla estrategia hace que el nivel de autoridad cambie. La Biblia tiene el respaldo de infinidad de testimonios de personas que han sido bendecidas al aplicarla a sus vidas, posee confirmaciones arqueológicas de los hechos narrados y aceptación casi universal como fuente de valores morales. Al citar la Biblia añadimos más sabiduría y riqueza argumentativa que la que podríamos desarrollar por nosotros mismos durante toda nuestra vida.
Por supuesto que existe un requisito mínimo (nótese que no es desventaja). Para poder adoptar el nivel de autoridad de la Biblia, necesitamos primero, claro, leer la Biblia. No se puede citar lo que no se conoce. Y sería tramposo, y contrario a la propia Biblia, utilizar la frase sin fundamento.
Así que debemos, no solo leer más la Biblia, sino estudiarla y experimentar sus principios en nuestras vidas. Después de todo, la Biblia dice… Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad (2 Timoteo 2:15).
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