Nabucodonosor les dijo: Ustedes
tres, ¿es verdad que no honran a mis dioses ni adoran a la estatua de oro que
he mandado erigir? Ahora que escuchen la música de los instrumentos
musicales, más les vale que se inclinen ante la estatua que he mandado hacer, y
que la adoren. De lo contrario, serán lanzados de inmediato a un horno en
llamas, ¡y no habrá dios capaz de librarlos de mis manos! Sadrac, Mesac y
Abednego le respondieron a Nabucodonosor: ¡No hace falta que nos defendamos
ante Su Majestad! Si se nos arroja al horno en llamas, el Dios al que
servimos puede librarnos del horno y de las manos de Su Majestad. (Daniel 3:14-17)
Pocos tenemos la confianza de estos tres jóvenes.
Ciertamente hoy en día no se trata de esquivar amenazas de morir quemados,
¡gracias a Dios! Pero ¿cuántos no dudamos de nuestro Dios al enfrentar
problemas cotidianos? El Nabucodonosor de hoy se presenta como un compañero de
trabajo incómodo, como el jefe que amenaza con despedirnos, como una enfermedad
que busca disminuirnos, como un familiar cercano que nos rechaza, como un amigo
que se burla, etc. Ciertamente amenazas no le faltan a nadie, así que más nos
vale que tampoco nos falte la actitud de estos tres jóvenes que le contestaron
con osadía, a nada menos que a un rey: “el Dios al que servimos puede
librarnos…”
No estamos sugiriendo que se plante ante su jefe
y pronuncie dichas palabras faltándole al respeto. El punto es que ante la
reflexión del problema económico, familiar, social, o de salud, reaccionemos y
las pronunciemos enfáticamente. Se trata de declarar que Dios es todopoderoso,
que como hijos adoptivos suyos nos dio poder ante la adversidad. De reconocer
que Jesús triunfó sobre la muerte completamente y que ya no somos más esclavos
del pecado, de las enfermedades, del oprobio… En una palabra, se trata de
confiar en Dios.
Pero falta lo mejor, después de la famosa
expresión: “el Dios al que servimos puede librarnos del horno y de las manos de
Su Majestad,” los jóvenes continuaron diciendo:
“Pero aún si nuestro Dios no lo hace así, sepa
usted que no honraremos a sus dioses ni adoraremos a su estatua” (Daniel 3:18).
Eso es confianza en mayúsculas, no
confianza-en-tanto-vea el poder de Dios, no confianza-mientras-sepa de su
poder, no confianza-si-pasa-algo, sino confianza total e incondicional. De
hecho, ellos tenían motivos para dudar ya que habían sido testigos de la
cautividad de su gente. Dios no había intervenido para librar a su pueblo de la
esclavitud y no existe reseña de que hubieran contemplado algún milagro poderoso
perpetrado por Dios. Por menos que eso, hoy estamos rodeados de ateos o agnósticos.
Sin embargo, a ellos, la inacción de Dios, no los perturbó.
3 comentarios:
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