La noticia:
El Dr. Alan Doerhoff se llama a sí mismo la “autoridad mundial en inyecciones letales”… El cirujano de 64 años de edad de Missouri estima haber presidido más de 40 ejecuciones… “Nadie nunca hará tantas como yo,” dijo en una entrevista… Pero también ha sido proscrito de participar en ejecuciones en Missouri por un juez preocupado por que Doerhoff admitió tener dislexia, lo que le provoca transponer números y hacer errores, si bien no cruciales médicamente hablando, cuando mezcla las drogas letales… El director ejecutivo del Centro de Información de la Pena de Muerte dijo que los Estados reconocen necesitar experiencia médica para ejecutar por inyección letal, pero es difícil encontrar doctores que deseen participar… Doerhoff dijo que el debate sobre inyección letal se ha centrado equivocadamente en las drogas, las cuales siempre funcionan, cuando el problema recae en fallas en la colocación de las agujas intravenosas… Aunque su labor primaria es establecer la línea, Doerhoff ha ayudado a mezclar drogas y tranquilizado a los guardias nerviosos que deben presionar el botón para liberar las drogas… “Estos tipos están asustados hasta la muerte, están temblando”… (cnn.com)
Comentario:
Admiro a una persona que con una deficiencia física o mental, en este caso dislexia, es capaz de convertirse en la “autoridad mundial” de su especialidad. Mi admiración se traba un poco cuando esta persona elije especializarse en la aplicación de inyecciones letales. No se si sea denostar su profesión el mencionarla como un “verdugo moderno,” pero aún con lenguaje políticamente correcto, me sigue pareciendo una profesión no solo poco atractiva, sino aterradora.
Me puedo explicar que haya pocos doctores dispuestos a participar en ejecuciones. A mi ni siquiera me gustaría observar. ¿Cómo no van a estar temblando los pobres guardias que les toca apretar el botón? Y eso que hoy en día existe mucha gente con una habilidad extrema en el pulgar, pero aquí no se trata de cambiar un canal de TV o mandar un mensaje de texto por un celular.
Ciertamente no fueron los guardias los que decidieron que debería morir el prisionero, ya que seguramente existió un juicio, un veredicto, una sentencia y una o más apelaciones, pero al final de todo el proceso queda el médico que debe insertar las agujas en las venas del paciente y el guardia que oprime el botón que hace circular las drogas que matan. Olvidándome del crimen y dejando de lado (al menos por el momento) el debate acerca de la pena de muerte, intento ponerme en los zapatos de ese médico y ese guardia y simplemente no puedo.
El médico parece haberse adaptado y hasta parece presumir su experiencia (no le preguntaron si no padece pesadillas). En cambio los guardias tiemblan en el momento crucial. ¿Qué ven ellos? ¿Un prisionero derruido por la expectativa de conocer con certeza el momento de su muerte? ¿Un ser humano, quizás culpable de un crimen, pero incapaz ya de cualquier acción que no sea implorar perdón? ¿Qué les puede decir el doctor a los guardias para tranquilizarlos? Creo que no quiero saber.
Lo que dice la Biblia:
Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo:
-El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.
(Juan 8:6)
¿Recuerdan esta historia? La ley condenaba a muerte el adulterio y la mujer había sido sorprendida…, ya saben…, en adulterio, pues. Ya había sido atrapada, enjuiciada, sentenciada y estaba a punto de recibir la ejecución. Jesús no se dirigió al juez, a los miembros del jurado, o al marido ofendido, sino a quienes iban a ejecutar la sentencia.
Sé que no es una noticia agradable, pero quizás es hora de reflexionar acerca de la pena de muerte.
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