Porque en esa esperanza fuimos salvados. Pero la
esperanza que se ve ya no es esperanza. ¿Quién espera lo que ya tiene? (Romanos 8:24).
¿Recuerda cuando era niño y se acercaba la
Navidad? Llevábamos en la mente una cuenta regresiva de los días que faltaban y
nos frotábamos las manos en espera de esos juguetes tan anhelados. Según la
cultura, algunos niños igual esperan con ansia la llegada de los Reyes Magos.
¿Nos cuesta trabajo regresar tanto en el tiempo como para identificarnos con
esas emociones (al menos es el caso de los que andamos bordando los sesentas)? No importa. El punto es que también hubo eventos importantes durante nuestras vidas que
esperamos con emoción: la fiesta de graduación de la preparatoria o universidad, la boda,
el nacimiento de un hijo, las vacaciones, visitas familiares, y un largo
etcétera. ¿Recuerda la emoción de la espera?
Si eso sentíamos al esperar situaciones
mundanas, ¿cuánto más debemos sentirnos entusiasmados por la vida eterna? Romanos
8:24 dice que por esa esperanza fuimos salvados. Aceptamos a Jesús porque
deseamos una vida nueva. No solo la eterna, que ya sería suficiente de por sí, sino
también la vida terrenal se renueva cuando le permitimos a Jesús guiarnos en
medio del caos en que habíamos tornado nuestras vidas.
No podemos librarnos tan fácil de todos
los errores que cometemos o que cometimos y que continúan agobiándonos, pero
ahora, gracias a Jesús, tenemos ESPERANZA. Y la esperanza es una promesa. La
promesa de una vida mejor y de una vida eterna.
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