Miren
al preñado de maldad: concibió iniquidad y parirá mentira. Cavó una fosa y la
ahondó, y en esa misma fosa caerá. Su iniquidad se volverá contra él; su
violencia recaerá sobre su cabeza (Salmos
7:14-16).
¿Qué diría si una mujer le dijera que no
sabía que estaba embarazada sino hasta el momento del parto? Difícilmente le
creeríamos, ¿verdad? Y, aún si resultara cierto (no sé, tal vez una mujer de
cierta corpulencia en la cual el volumen del embarazo pudiera pasar
desapercibido…), coincidiríamos en que sería un caso extrañamente peculiar e
irrepetible de una mujer apartada de la realidad.
En la misma medida, costaría trabajo creer
que una persona se encuentre con el pecado por accidente. El Salmo 7 dice que
quien hace maldad, estuvo preñado por cierto tiempo con ella. El pecado no nos
encuentra por accidente. Nace con una pequeña semilla en nuestra mente y es
alimentado para crecer, crecer, hasta que está suficientemente maduro para nacer.
Mentiras, borracheras, hurtos, fraudes,
engaños, adulterio, fornicación, pornografía, etc. Todos maduraron antes de ver
la luz. “Es que vi el billete de $500 y se me hizo fácil,” “Es que él/ella se
me acercó demasiado y…,” “Es que hace mucho no lo veía y decidimos celebrar,”
Son excusas para sentirnos menos culpables por el pecado. Para argumentar que
no somos malos, sino que el pecado “nos encontró.”
Un ministro dijo cierta vez: “Cuando una
mujer me hace plática estando yo solo en el aeropuerto, me empiezo a frotar las
manos. No para anticipar iniquidad, sino para que mi anillo de casado quede
perfectamente a la vista.” Igual que él debemos tener un plan para las
tentaciones que más nos afectan: Cambiar inmediatamente de canal, alejarse con
un “disculpa, pero me acordé que debo hacer algo…,” tener firmeza y
confianza en Dios para enfrentar las consecuencias de decir la verdad, por
difícil que parezca, etc. ¿Cuál es su tentación más grande? ¿Ya tiene su plan D
(de Dios) para enfrentarla si se le presenta mañana?
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