Esta es la conclusión del relato. Mi recomendación es que no lea esta parte sin haber leído la primera, la cual puede encontrar más abajo, la anterior publicación. ¡Feliz Navidad!
El Primer Día
El sábado por la noche, sin habernos puesto de acuerdo previamente, nos reunimos de nuevo, excepción hecha de René y el Teniente.
La conversación obviamente giró alrededor de la muerte del general y del aparente inició de los cinco días de plazo de la apuesta.
Ese fue el primer punto: ¿René había dado la señal? ¿Tomaba la muerte del General como su delito?
En ninguno de los medios se mencionaba la palabra asesinato. Todos concordaban: falla cardiaca. ¿Cómo podía haberse iniciado la apuesta si no había delito? ¿No era una táctica de René?
Después de todo, lo único que había dicho era el tiempo restante para Navidad. ¿Un truco para obligar al Teniente a colocar su atención sobre un punto y él actuar en otro? Tanto si lo era, como si no, lograba por lo menos, confundir al Teniente.
Por otra parte, para personas que conocíamos a René de tiempo atrás, era inconcebible el creerlo asesino. ¿Matar a una persona para ganar una apuesta? ¡No! No podía ser.
Durante nuestras discusiones de los días anteriores habíamos concluido que René hubiese podido robar para tratar de ganar la apuesta, aunque también estábamos convencidos que luego de los cinco días y haber dado una lección al Teniente, hubiera regresado el producto del robo. Ello, a final de cuentas, y si todo salía bien, no hubiese dañado mayormente a nadie. Pero, ¡matar!
¿No sería solamente una broma?
Después de todo, ¿no era la mejor forma de acabar con la farsa de la apuesta?
Aunque esa noche se vertieron mil conjeturas, yo tenía la mente bloqueada con una pregunta:
¿Tenía importancia el episodio del salero?
El Segundo Día
El domingo por la noche se presentó el Teniente y como todos nos mostramos curiosos, nos contó las averiguaciones realizadas en torno al General.
Lo principal era que los familiares del General no deseaban se practicara la autopsia. No había razón para ello y el Teniente no había querido externar ninguna idea que sugiriera el asesinato. El médico que atendió al General había dicho, y lo sostenía sin titubear, que la muerte se había debido a un paro cardiaco provocado por una indigestión.
La sola mención de la palabra "indigestión" generó un silencio sorprendente entre los ahí reunidos. Si el estómago tenía relación con el deceso, entonces René podía estar involucrado.
-Teniente -preguntó alguien-, ¿crees que René tenga algo que ver? El jueves el General comió la sopa preparada por René. ¿Recuerdas?
-Lo recuerdo, pero también recuerdo que todos tomamos esa sopa, incluido el propio René. Y nadie, quitando al General, tuvo problemas, ¿no es así?
-Bueno, ahora que se menciona... -intervino Carlos-, yo estuve enfermo del estómago ayer.
-Además -continuó el Teniente sin apenas atender a Carlos-, de haber existido un veneno, seguramente el forense hubiera reconocido algún síntoma.
-Evidentemente la sopa no estaba envenenada, a menos, y no me lo parece, que el averno se parezca a la casa de Peraza.
-Te diré que Peraza sí tiene facha de Luzbel.
Como continuaron las bromas, el Teniente se escabulló discretamente haciéndome seña de que lo siguiera.
Llegamos a una habitación vacía.
-¿Tienes aún el salero?
-Sí, lo tengo en mi caja fuerte.
-¿Exactamente el mismo?
-Estoy completamente seguro.
-Supongo que me lo entregarías...
-Sólo si René me autoriza a ello. No puedo actuar de otra forma. Tú me conoces.
-Yo conozco tu ética cristiana. También sé que René me lo negará si sencillamente se lo solicito. Para obtener el salero debo acusarlo formalmente, más para ello debo poseer alguna indicación clara de que el General fue envenenado.
-Entonces, ¿crees que René lo hizo?
-Tengo que creerlo. No puedo permitirme el no investigar.
Hubo una pausa. Muy solemne, el Teniente continuó:
-Es cierto que me burlé de René; ahora me arrepiento. Pensé que iba a intentar un robo, en cuyo caso me hubiera importado muy poco atraparlo o perder la apuesta. ¡Matar! Por muy nefasta que hubiera sido la persona en vida, no puedo pasarlo por alto. Y si además de ello tuvo la osadía de hacerlo en mi presencia...
Al despedirnos, aún me dijo:
-Lo siento por él, pero pondré mi máximo esfuerzo en aclarar el caso. Por favor, que el salero no salga de tu caja fuerte.
El Tercer Día
René se presentó a la reunión del lunes por la noche y fue asaltado a preguntas, sin embargo de todas se escabulló elegantemente. No obstante, hubo una frase que lo hizo titubear.
Una amiga muy sensible, Yukiko (padres japoneses), había tomado aversión a René desde el momento que se iniciara la apuesta y prácticamente se había trocado en odio ante la sola sospecha de que René hubiese matado al General.
De hecho, ella no había estado participando en la conversación, sin embargo supo hacerse oír:
-Es triste que el hombre sea el único animal capaz de matar a un semejante sólo por salvaguardar el amor propio.
La expresión de René fue un tanto indefinida. Aunque notó claramente quién había soltado la frase, su contestación no fue dirigida a nadie en especial.
-Es triste que el hombre, que la humanidad, no sepa qué es la vida, ni sepa a dónde debe dirigirse. Las abejas están concientes de que la vida no es la fugaz existencia de un zángano o una obrera, y son capaces de enfrentarse a cualquier ente que amenace su futuro, aún cuando ese ente sea algo tan descomunal como un ser humano. ¿Por qué la humanidad no percibe que los hombres sólo son células de un proyecto grandioso? Los tumores hay que extirparlos tan pronto se identifiquen, porque si bien, son parte del organismo, la degeneración de su crecimiento, puede acabar con el propio organismo. La gran inteligencia del hombre no debe servir para ponerse trabas que le impidan desechar los tumores malignos. Debe enfrentarse a todo lo que amenace su futuro, sean las degeneraciones de su propia raza, o sean los Dioses que se ha impuesto y que han adquirido una fuerza más allá de lo racional. Cuando no se entiende qué es la vida, ¿Para qué molestarse en condenar la muerte?
Nadie lo interrumpió y observé que nadie estaba preparado para discutir con él. Sin embargo, yo me sentí en la obligación de defender mis creencias y se me ocurrió tomar la parte de los tumores.
-¿Cómo podría un ser humano mortal ser capaz de juzgar a sus semejantes? Sólo Dios...
-Antes que nos prediques -me interrumpió René sin miramientos-, la propia Biblia que tienes por misión defender, fortalece mi argumento. ¿Qué dice Mateo 5:30?
-No sé de memoria.
-Tu tarea -dijo con una expresión que indicaba que no podríamos continuar debatiendo si yo no estaba preparado.
Me quedé sin argumentos. No sabía si alegrarme de que hubiera leído la Biblia o escandalizarme de que la usara, muy probablemente torciéndola, para fines nada alentadores. Tenía que ir a mi casa a leer ese pasaje.
Antes de retirarnos, al igual que el Teniente, René me llevó aparte para interrogarme.
-El Teniente, ¿te pidió el salero?
-Me preguntó por él, le dije que lo tenía en mi caja fuerte y que únicamente saldría de ahí bajo indicación tuya.
-Es lo que esperaba de ti. Gracias.
-René, debo advertirte dos cosas.
-Adelante.
-Primera: el Teniente está convencido de que tú estás relacionado con la muerte del General.
Se encogió de hombros.
-Segunda: tampoco a ti te entregaré el salero antes de Navidad, a menos que me autorice el Teniente.
Me estrechó la mano.
-Sé que tu forma de ser, al menos desde que abrazaste el cristianismo, es de completa formalidad y la aplaudo.
Camino a casa no pude sino sentir la fuerte impresión de estar siendo utilizado. No había sido afecto lo que había inducido a René a incluirme la noche del jueves en la mesa del General, sino su cálculo de que mi "peculiar forma de ser" me haría el perfecto juez de una apuesta que se estaba tornando en macabra, por decir lo menos. Pero sobre todo me inquietaba el hecho de que él citara la Biblia de memoria en lo que podría ser un justificante para su delito. Él había mencionado una especie de teoría acerca de que los hombres somos parte de una especie de mega-organismo universal, teoría probablemente extraída de textos de ciencia-ficción, pero al parecer adoptados por su mente lógica que nunca se ha abierto a la posibilidad de la existencia de un Dios.
Al llegar a casa, lo primero que hice fue abrir mi Biblia y leer Mateo 5:30. Decía: "Y si tu mano derecha te hace pecar, córtatela y arrójala. Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él vaya al infierno".
Oré y lloré.
El Cuarto Día
Durante el curso de la mañana del día 23, encontré al Teniente y tuve oportunidad de intercambiar algunas palabras con él.
-Por fin logré que se efectuara la autopsia; en un rato más obtendré el resultado. Asegúrate de que esta noche asista René, es probable que pueda pedirle oficialmente el salero.
-Pero..., bueno, yo no debería meterme, sin embargo...
-Vamos, exprésate con confianza. Ten la seguridad de que tu opinión no cargará la balanza.
-Si yo fuera tú, no iría tan rápido con lo del salero. Quedarías en ridículo si ahí hubiera sólo sal, existiera o no envenenamiento.
-Tienes razón y créeme que lo he pensado mucho. Mira, cualquier "asesino común", llamémosle así, no hubiera actuado con tal desfachatez frente a un detective porque se estaría señalando. Ahora bien, el Dr. de Ávila sentó las bases para un duelo de estrategias. Él sabía que yo no tomaría los hechos con sencillez, que yo no respondería a una actuación tan obvia y por lo tanto pasaría por alto el episodio del salero. No puedo dejarme engañar.
-Pero de hecho, estás respondiendo a lo obvio, aunque estés razonando más. Dime, ¿no crees que el Dr. pudo anticipar que tu razonamiento sería tal cual lo estás expresando en este momento y cayeras en la trampa de todos modos?
-Él pensó, que yo pensaría, que él pensaría, que yo... Nos podemos ir al infinito de esta manera.
-No, hasta la mente más brillante se embrolla luego de unos cuantos rebotes.
-Me quedo con las premisas básicas. Posteriormente profundizaré en las intenciones de René. Primero: la noche anterior a la muerte del General, René actuó desacostumbradamente, lo cual indica intención o conocimiento. Segundo: proporcionó un salero al General y consiguió que únicamente él lo usara, lo cual puede ser una estrategia para desorientarme o el crimen mismo. Tercero: se negó a entregarme el salero, pero tampoco lo regresó a su saco de donde hubiera podido sacar un duplicado. ¿Qué indica esto? ¿Claridad en sus acciones? ¿Cerrarme todas las salidas?
Pude percibir una mueca de desesperación en su rostro.
-Te veré en la noche. Voy a conocer el resultado de la autopsia.
Nos despedimos y no pude sino admirar, muy a mi pesar, la magistral forma en que René había manejado todas las variables del caso. Todo apuntaba en un solo sentido. ¿Para engañar? ¿Para que resultase tan obvio que obligara al Teniente a no dejarse atrapar en la corriente?
¿Disfrazar para engañar o engañar para disfrazar?
El Teniente llegó tarde a la reunión y se veía francamente desalentado.
-Teniente, cualquiera diría que se fugaron todos tus reos.
-¿Alguna noticia?
-Finalmente se efectuó la autopsia -dijo pausadamente- y aunque confieso que aguardaba algún resultado extraño, sólo se encontró comida mal digerida en sus intestinos. Era un verdadero cerdo ese General, hasta una envoltura de plástico se comió ese día. Como difícilmente alguien puede obligar a una persona a tragarse montón de porquerías, se puede afirmar sin temor a equivocación, que no existe delito en la muerte del General.
Al hacer esta última afirmación, se quedó mirando al Dr. de Ávila.
René sonrió.
Una especie de exclamación de desencanto invadió la sala. ¿Todo había sido un engaño de René?
Aún se insistió:
-René, el Teniente declara que no hubo delito, con eso te exonera de culpa alguna. ¿No deseas declarar algo?
-Si no hay culpa, no existe culpable alguno y en ese caso, resulta ilógico que el Teniente exonere a nadie. Nada tengo por declarar. Más bien me gustaría preguntar: mañana es Nochebuena, ¿habrá reunión?
Nochebuena
Hubo reunión aunque fue vespertina. Como es tradición compartir la cena del veinticuatro con la familia, únicamente fuimos a tomar una bebida. O mejor dicho, esa fue la intención original. La realidad fue muy distinta.
El Teniente, al llegar, se encaminó directamente hacia donde se encontraba René.
-René, te solicito, es decir, te exijo oficialmente, y en este caso el significado del término "oficial", indica simplemente "ante la presencia del Dr. Alonso", me entregues el salero empleado la noche del jueves.
El Dr. de Ávila no se inmutó.
-Te será entregado inmediatamente, esto es, siempre y cuando expliques la razón de tal exigencia.
-Te acuso formalmente ante esta concurrencia, aún cuando me reservo el derecho de hacerlo ante la autoridad, de haber contribuido a la muerte del General Tapia.
Todos nosotros nos cimbramos. René mantuvo la calma.
-¿Puedo saber en qué se basa tal acusación?
-Por supuesto, Hasta esta mañana no lo supe. Pasé prácticamente toda la noche sin dormir con la sensación de que había sido vencido, no con la de que no había habido delito. El hecho de que ayer te hubieses negado a comentar nada y simplemente te hubieses limitado a mencionar que faltaba un día para Navidad, me confirmaba tal sensación. Sin embargo esta mañana decidí repasar todo lo ocurrido en estos cinco días y recordé la declaración del médico forense después de la autopsia en el sentido de que había encontrado cosas poco digeridas dentro del General. Yo había estado sugestionado por anteriores experiencias en las que un asesino hace ingerir a su víctima un veneno, una sustancia que por sí sola mata. Ese fue mi error, esperar un veneno y creer que tu estrategia era sicológica. Hasta hoy razoné que un Dr. en Ingeniería Química como tú, sabiendo tanto sobre sustancias químicas y además, teniendo acceso a ellas, bien podría hacer ingerir al General algo que, sin poder mortífero autónomo, lograse anular la digestión. Yo no conozco apenas de química, pero no dudo que seas capaz de desarrollar una sustancia así, ya que tu inteligencia es reconocida mundialmente. Esa sustancia está en el salero. Todo concuerda y después de hacer analizar el salero, habré resuelto el caso.
-No todo Teniente -dijo Carlos-, ¿no mencionaste que el forense no encontró ninguna sustancia extraña?
-Nada que pudiera matar por sí mismo. Quizá por esto no llamó la atención. O quizá esta sustancia fue eliminada por el cuerpo luego de actuar. Esto lo sabré luego de analizar el salero. Dr. Alonso, ¿me lo permite?
Me volví hacia René.
-Adelante, el Teniente tiene derecho.
-Acompáñame -le dije al Teniente encaminándome a la puerta.
Junto a la puerta el Teniente se volvió.
-No estoy seguro de denunciarte René, me interesaba aclarar el caso, no necesariamente apresar al culpable. Los familiares del General no sospechan que hubo asesinato y creo que se alterarían muchas cosas si hacemos pública la verdad.
René sonrió serenamente.
Una vez en mi casa, saqué el salero de la caja fuerte y se lo entregué.
-El analista de la Policía me espera junto con un médico especialista en digestión. Ellos me ayudarán a concluir el asunto.
Se fue corriendo y yo regresé a Casa de Peraza. Reinaba el mayor silencio. No parecía ser Nochebuena.
La mayoría se marchó. Tenían el compromiso de pasar Nochebuena con sus respectivas familias. Yo me quedé. Ansiaba conocer el desenlace del episodio del salero. Por primera vez observé a René inquieto. Al parecer lo había derrotado el detective. ¿No ocurre así en todos los relatos policíacos?
Faltaba muy poco para la medianoche cuando reapareció el Teniente. Los únicos presentes éramos Peraza, su esposa, René y yo.
-¿Era sal común? -preguntó Peraza a quemarropa.
-No -contestó inmediatamente el Teniente. Se colocó frente a René y le preguntó-. ¿Por qué cloruro de litio?
René lo miró fijamente antes de contestar.
-Seguro estoy de que ya investigaste todo acerca del cloruro de litio, pero en fin... Mi médico me recomendó hace tiempo una dieta pobre en contenido de sodio. No en forma imperativa, pero mientras pudiese evitar la sal común... Por eso siempre porto conmigo un salero con cloruro de litio, que es el sustituto más adecuado del cloruro de sodio o sal común. Como ya lo debes saber, es totalmente inofensivo y NO provoca indigestión.
El Teniente respiró profundamente y en su expresión se adivinaba la aceptación de las palabras pronunciadas por René.
-Así es caballeros. El cloruro de litio es totalmente inofensivo. Mi hipótesis por tanto, resultó falsa. Ante ustedes presento mis más amplias disculpas al Dr. de Ávila.
En esos momentos llegó la medianoche. Se alivió un poco la tensión mientras intercambiamos los tradicionales abrazos. El momento culminante fue cuando el Teniente y René quedaron frente a frente. El titubeo duró sólo unos segundos.
-¡Feliz Navidad, Teniente!
-¡Feliz Navidad, René!
-¡Qué mejor momento para dar por terminada esa estúpida apuesta! ¿Qué dices Teniente?
-Por mí, jamás existió.
Navidad
Al día siguiente me presenté en casa de René. Una idea me rondaba por la cabeza. Inocente o culpable, no podía dejar que René se quedara sin escucharme, sin que debatiéramos su extraña idea del organismo humano universal.
-René, creo que ganaste esa apuesta, pero tengo que decirte que estás mezclando dos cosas distintas, estás tomando una teoría con el organismo humano y...
René, que frecuentemente se distraía, pensó que estaba hablando de química y me interrumpió.
-¡La teoría de la catálisis y el cuerpo humano! ¡Lo descubriste! Por favor sé discreto. Sí, por un momento creí que el Teniente me descubriría, pero le faltó dar un pequeño paso. El cloruro de litio es inofensivo, a menos que ejerza una función como catalizador y además, que exista la sustancia a la cual catalizar. Todos comimos de mi sopa ese día. El monómero (el componente básico a partir del cual se forman moléculas plásticas) que puse en ella estuvo en todos los estómagos, sin embargo la sal de litio que actuó como catalizador en la reacción de polimerización, sólo la consumió el General. Resultado: un buen trozo de sustancia plástica que inhibió la digestión. Supongo que al Teniente le extrañó un poco que el forense encontrara una envoltura de plástico al hacer la autopsia, pero nunca razonó que se había formado en el estómago.
Al revelarme la verdad, quedé mudo y prácticamente olvidé todos los argumentos que llevaba para discutir con él. De hecho, sabiendo con seguridad que había asesinado a una persona, se hacía urgente hablarle sobre su salvación, pero en ese momento simplemente no pude hacerlo. Me retiré de momento, aunque sabía que tarde o temprano, Dios, no yo, lo convencería de su error.
Fui la única persona que conoció la realidad y si me atrevo a exponerla, a varios años de distancia, es por el fallecimiento del Dr. de Ávila. Asunto que trataré más adelante.
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