Es
innegable que los hijos aprenden de los padres. La conducta, el lenguaje, las
costumbres, se forman en la infancia. Así somos los primeros responsables de
cómo se comportarán como adultos. Si nos vieron engañar a nuestros empleadores,
alterar nuestros impuestos, robar en la tienda, ¿cómo les podemos pedir que no
copien en los exámenes, hagan su tarea o cumplan con sus deberes? Si nos vieron
mentir, ¿cómo pregonar que no deben hacerlo? Si nos vieron beber hasta perder
la cordura, ¿cómo inculcarles que no abusen del alcohol?
Después
de los padres, nuestros niños están fuertemente influenciados por sus maestros.
Cuando observamos que un grupo de maestros están provocando caos en la Ciudad
de México, cerrando vialidades, alterando el derecho de terceros, destrozando
vallas y armándose con tubos y piedras, no podemos sino tener miedo. No de
ellos, porque afortunadamente no nos enfrentaremos directamente, sino del
ejemplo que están presentando ante los niños del país.
Ellos
son maestros de niños, lo que quiere decir que muchos pequeños pasan medio día,
cada día, captando sus palabras, percibiendo su amargura. Como dice Proverbios,
tratemos de ser inmaculados en nuestro ejemplo y tengamos cuidado al
seleccionar a quién cedemos la instrucción de nuestros hijos en la escuela. Es
claro que muchas personas no pueden darse el lujo de elegir a los profesores,
así que al menos oremos porque la situación educativa del país mejore.
Lo que Dice la
Biblia:
Justo es quien
lleva una vida sin tacha; ¡dichosos los hijos que sigan su ejemplo! (Proverbios
20:7)
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