jueves, noviembre 13, 2008

Ahorro

Un centavo ahorrado es un centavo ganado,
Benjamín Franklin

Pocos pueden negar la gran verdad encerrada en esta frase de Benjamín Franklin, pero quizá muchos prefieran ignorarla, no escucharla o descartarla con argumentos del tipo: “Un centavo no me hará ni más pobre ni más rico,” “Franklin no tenía mis gastos,” “Sus hijos no comían como los míos,” etc. Antes, de que se autosugestione que no puede ahorrar, revisemos la definición.

Según el diccionario de la Real Academia Española, ahorro es…
1) Guardar dinero como previsión para necesidades futuras.
2) Evitar un gasto o consumo mayor.
3) Dar libertad al esclavo o prisionero.

Y en contraste, despilfarro es…
1. Gasto excesivo y superfluo.

Estamos manteniendo una acepción que se antoja anticuada para quien lee el diccionario, pero que enfatiza enormemente las características del ahorro: Dar libertad al esclavo o prisionero. Se podría argumentar que ese significado es obsoleto y sin aplicación hoy en día, pero reflexionemos otra vez. ¿No nos convertimos acaso en prisioneros de las deudas cuando gastamos más de lo debido? ¿No sudamos y nos estresamos cuando se acerca la fecha límite de pago de la tarjeta de crédito, de los almacenes, del banco? Hay quien espera para salir por la mañana hasta que el vecino se aleja para no encontrarse con él porque le debe dinero. Ciertamente es una forma de esclavitud de la que el ahorro podría liberarnos.

El ahorro se refiere entonces a la administración adecuada de los recursos, ganados con diligencia, cuidando lo que poseemos y gastando con mesura. Todo comienza con el trabajo, ya que sin ingresos, no existe nada que se pueda ahorrar (claro que si usted es de los que heredaron una fortuna y no necesita trabajar, salte este párrafo y continúe leyendo en el siguiente). Mira la hormiga, perezoso, observa sus caminos y sé sabio: Ella, sin tener capitán, gobernador ni señor, prepara en el verano su comida, recoge en el tiempo de la siega su sustento (Proverbios 6:6-8). El trabajo es una bendición y no una maldición como algunas personas, quizás tratando de parecer simpáticos, insisten. De hecho, se trabajaba en el paraíso. Mire lo que dice Génesis inmediatamente después de la creación del jardín del Edén y del hombre: Tomó, pues, Dios al hombre y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo cuidara (Génesis 2:15). Al salir del Edén cambiaron las condiciones y había que ganar el pan con el “sudor del rostro” (Génesis 3:19), pero lo malo no era el trabajo, sino el entorno que ya no era un jardín y que estaríamos en medio de personas alejadas de Dios. Cuidemos diligentemente nuestro trabajo.

Una vez ganado el pan con el sudor de la frente, debemos economizar con regularidad. El fin del ahorro no es acumular riquezas, sino preservar los recursos para fines prioritarios (comprar una casa, un auto, pagar la universidad de nuestros hijos), planeados o no (debemos tener dinero disponible en caso de una enfermedad, de una emergencia, etc.)

Y debemos gastar con mesura. Aquí conviene evaluar toda compra significativa, frenarse para no comprar por impulso (quizás lo más difícil, sobre todo cuando pasamos nuestros fines de semana en los centros comerciales en lugar de ir de día de campo) y estar conscientes del valor real de los productos para evitar sorpresas y/o abusos.

Ahorrar es difícil en estos tiempos en que prácticamente nos ruegan que aceptemos tarjetas de crédito bancarias y de diversos almacenes, en que existen cajeros automáticos en cada tienda, en que nos muestran catálogos nuestros vecinos, amigos y aún en los aviones, en que por TV sólo necesitamos marcar un número telefónico, o que por Internet sólo tenemos que dar un clic en el ratón. Si además, ahorrar no ofrece una recompensa inmediata como la ofrece la compra, de verdad que se requiere fe para no perder de vista las ventajas del ahorro. Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. (Hebreos 11:1) Y la fe es una de esas virtudes que escasean hoy en día.

Cuando vayamos de compras deberíamos tener presente la diferencia entre hambre y apetito. El hambre se satisface cuando comemos, el apetito no. Lo mismo ocurre cuando evaluamos comprar lo necesario y lo deseado. Cuando compramos lo que necesitamos, quedamos satisfechos, cuando compramos lo que deseamos, nuestros deseos se incrementan y se desea algo de mayor precio o calidad. ¿Podremos deslindar lo necesario de lo deseado?

Conviene entonces decidir qué vamos a comprar antes de ir de compras para evitar que nuestros deseos nos tiendan una trampa. Debemos evitar a toda costa comprar por impulso y sobre todo resistir esas ventas bajo presión (“¡Gran oferta, pero sólo hoy!”, “12 meses sin intereses”, etc.) Si no tiene real necesidad de lo que está en oferta, sólo presionará su presupuesto.

Lo que dice la Biblia:
Tesoro precioso y aceite hay en la casa del sabio; más el hombre insensato todo lo disipa (Proverbios 21:20).

Esta cita habla claramente del ahorro. Los créditos fáciles hacen que la gente viva al borde del precipicio, con los nervios alterados. Sea sabio: ¡ahorre!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola a todos degustación de esta mensaje es muy muy interesante, temas como éste apreciar destacados quien relojes este blog!!!

Anónimo dijo...

Hola Sergio! Soy de buenos aires capital, entre por esta nota ya que buscaba algo de franklin referente al ahorro. Muy interesante tu post. voy a seguir viendo tu blog. un abrazo grande.
Patricia

Anónimo dijo...

tiestox Se trata de un interesante post free iPhone
tiestox 7445