jueves, octubre 22, 2020

Alas como Paloma

 “Si tan sólo tuviera alas como una paloma, ¡me iría volando y descansaría!” (Salmos 55:6).

 ¿Alguna vez ha estado en cierta situación de la cual desearía escapar y descansar? Si es usted un estudiante, ¿tal vez un examen para el cual no estudió? Si tiene dificultades financieras, ¿tal vez al recibir el estado de cuenta de la tarjeta de crédito? Si tiene familiares conflictivos, ¿tal vez en medio de alguna discusión?

 En el caso del Salmo 55, el autor, David, expresa que fue traicionado por un amigo y le dolió mucho. “No es un enemigo el que me hostiga, eso podría soportarlo. No son mis adversarios los que me insultan con tanta arrogancia, de ellos habría podido esconderme. En cambio, eres tú, mi par, mi compañero y amigo íntimo” (Salmos 55:12-13). ¿Alguna vez lo decepcionó su pareja o un amigo(a)?

 Es entonces que David escribió: “Si tan sólo tuviera alas como una paloma…” Y quizás todos nosotros nos hemos sentido alguna vez así, con deseo de escapar, de no ver a la persona que nos decepcionó, de no hablarle. Sin importar si fue algo grande, como una traición de amor, o algo pequeño, como una no-invitación a cierta reunión. Queremos huir, aunque la gente a nuestro alrededor nos diga que todo será superado, que todo se resolverá. “¡Me iría volando y descansaría!” dice el Salmo.

 Pero huir no es la solución. Ni siquiera si vamos al desierto. “Volaría muy lejos, a la tranquilidad del desierto” (Salmos 55:7). La clave está en retirarnos un poco para reflexionar y orar, porque la solución al problema, cualquiera que este sea, sin importar que nos parezca una montaña insuperable en un momento dado, está en Dios. Notemos que el Salmo 55 termina con esperanza para los que depositan su confianza en Dios: “Entrégale tus cargas al SEÑOR, y él cuidará de ti; no permitirá que los justos tropiecen y caigan” (Salmos 55:22).

 ¿Qué tan grande es tu problema? ¿Más que Dios? ¡No es cierto! “¡Entrégale tus cargas al Señor…!”

viernes, octubre 02, 2020

Vasijas de Barro

 Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros (2 Corintios 4:7).

 ¿Cuál consideramos que es nuestro más preciado tesoro? ¿Nuestra casa, por la cual sufrimos con esa hipoteca tan larga? ¿Nuestro auto, el cual conseguimos luego de varios intentos y el cual lavamos y enceramos con mucho cuidado? ¿Nuestro celular, ese de la marca más prestigiada y que no vacilamos en sacrificar otras cosas para poderlo adquirir? ¿Nuestras alhajas, ese reloj, anillo y demás que heredamos de nuestros padres y ellos de nuestros abuelos? O incluso, ¿esos recuerdos, de aquel viaje, aquel concierto, aquella fiesta? ¿Cuál es nuestro más preciado tesoro? Y, tal vez más importante aún, ¿lo tenemos asegurado contra robo, extravío o mal funcionamiento?

 Cualquier cosa en la que hayamos pensado es, sin duda, la que mayor valor (monetario o sentimental) tiene para nosotros o la que más nos costó adquirir. Pero si usted es cristiano, probablemente su respuesta giró alrededor de Dios, Jesucristo y la salvación. ¡Felicidades! Porque esto no requiere seguro.

 Y es a lo que se refiere el autor de 2 Corintios. Que este gran tesoro, la luz de Dios en nuestros corazones, está en nosotros. Y nosotros somos vasijas de barro.

 Esta es una comparación extraordinaria que nos debe llenar de humildad. Pensemos en esa imagen de piratas que encuentran un gran tesoro en una cueva. Oro, joyas, monedas, etc., todo ello en vasijas de barro. Por supuesto que los piratas se llevarán las vasijas, pero sólo por su contenido. Si encuentran alguna vasija vacía, ¿acaso se la llevarán? Por supuesto que quedará abandonada. Moraleja: nuestro valor proviene de Dios. Sin Él, estamos vacíos.

 ¿Nuestro tesoro es nuestra fuerza física, nuestra mente ágil, nuestro carácter carismático, nuestra inteligencia superior…? Reflexionemos de nuevo. ¿Nuestra cuenta en el banco, nuestro empleo seguro, nuestra independencia financiera…? No nos equivoquemos. Somos vasijas de barro y cualquier cosa de valor que poseamos TEMPORALMENTE, “…viene de Dios y no de nosotros.” Entonces, no nos quedemos vacíos. Llenémonos de Dios.