jueves, diciembre 18, 2014

Residencia

Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza: instrúyanse y aconséjense unos a otros con toda sabiduría; canten salmos, himnos y canciones espirituales a Dios, con gratitud de corazón (Colosenses 3:16).

He aquí un consejo sabio: “Que habite en ustedes la palabra de Cristo con toda su riqueza…” ¿Qué involucra? Que necesitamos sacarle jugo a la palabra y para ello debemos leerla, estudiarla, reflexionar sobre ella, entender lo que implica seguirla, saborearla, disfrutarla, etc. No puede residir en nosotros algo que pasó volando un domingo en particular. Para que algo tome residencia, debemos permitirle la entrada, hacerla sentir a gusto y ofrecerle toda comodidad posible.

Un viejo proverbio dice: “no puedes impedir que los pájaros vuelen sobre tu cabeza, pero sí que hagan nido en ella.” Esto normalmente es asociado con los malos pensamientos y el pecado. Por ejemplo el adulterio no surge de improviso, sino que tuvo que anidar la idea de “no pasa nada,” “todos lo hacen,” o similares, primero. No por escuchar un caso de adulterio nos vamos a permitir concebir la posibilidad de realizarlo.

Respecto a la Palabra de Cristo es lo opuesto. Debemos dejar que anide en nuestras cabezas y no se quede en un simple revoloteo. Debemos hacer un lugar especial en nuestro corazón y atesorarla. El viejo proverbio es claro en el punto de que depende de nuestra voluntad qué ideas dejamos que residan en nosotros. Ahuyentemos al pecado y alojemos la Palabra. Y recuerde que sólo puede habitar en nosotros aquello en lo que reflexionamos. ¿En qué está pensando en estos días?


viernes, diciembre 05, 2014

Talento

El rey le contestó: 'Siervo malo, con tus propias palabras te voy a juzgar. ¿Así que sabías que soy muy exigente, que tomo lo que no deposité y cosecho lo que no sembré? (Lucas 19:22)

Quizás recuerde la historia: un hombre de la nobleza salió de su tierra para ir a ser coronado rey y antes de partir dejó dinero a sus siervos para que lo administraran. Al regresar pidió cuentas y recompensó a quienes reprodujeron el dinero. Uno de ellos le regresó la suma intacta y además trató de excusarse alegando que el hombre era muy exigente.

La historia intenta resaltar el hecho de que Dios nos ha dado cosas: dinero, bienes, talento, habilidades, etc., y que eventualmente llegará el momento en que tengamos que rendir cuentas de lo que hicimos en beneficio de Dios. Es importante que no cometamos los mismos errores que el siervo malo de la historia.

Primero, no hacer nada con lo que recibimos. Enterrar el dinero es equivalente a quedarnos callados si Dios nos dio la habilidad de predicar el Evangelio, a quedarnos cruzados de brazos si tenemos el talento para construir congregaciones, a cerrar los puños si somos capaces de escribir correos o artículos para el ministerio, a esconder nuestras carteras si hay que invertir en la obra de Dios. Segundo, tratar de culpar a Dios. Note en la historia que el rey no se defendió de los cargos que el siervo malo le imputó, pero aun así le exigió resultados. No importa cómo percibimos a Dios. Él no se va a presentar físicamente ante nosotros, no en esta tierra, y a pesar de ello debemos hacer algo con nuestro talento en favor del Reino. No cometa los errores del siervo malo, comience a usar su talento hoy.