viernes, marzo 22, 2019

Domar

No seas como el mulo o el caballo, que no tienen discernimiento, y cuyo brío hay que domar con brida y freno, para acercarlos a ti (Salmos 32:9).

En la ciudad quizás no conocemos mucho sobre caballos. Pero tal vez usted haya visto películas y videos de caballos salvajes, no domados. Son bestias fuertes, veloces e independientes. Ciertamente se pueden domar, pero como dice el versículo se requiere brida y freno, además de esfuerzo, paciencia e incluso látigo. Sí, látigo. Si un caballo persiste en no dejarse domar, debe ser sujeto a castigo. El suficiente para ser quebrantado sin lastimar su capacidad física.

¿Qué podemos aprender entonces del Salmo 32? Que no debemos ser como animales tercos en relación con la confesión de nuestros pecados. David, el autor del Salmo, habla por experiencia propia. Cometió un pecado y trató de ignorarlo. No pudo. Ni siquiera porque él era el rey. Nadie lo iba a condenar o meter a la cárcel. Todos cuantos se enteraron del asesinato de Urías, a maquinación de David, voltearon el rostro a otro lado. Pero la condenación que David sintió no fue la humana.

Veamos lo que dice el Salmo: “Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir de todo el día. Mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí” (Salmos 32:3-4). La culpa del pecado es pesada. Sobre todo, ante Él.

No fue el mejor tiempo para David y nosotros debemos aprender de ello. No seamos tercos para confesar nuestros pecados. Solo nos acarrearemos tiempos de miseria. En cambio, confesemos nuestras culpas y ¿sabe qué? Hay garantía de perdón. Veamos cómo continúa el Salmo 32: “Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: «Voy a confesar mis transgresiones al Señor», y tú perdonaste mi maldad y mi pecado” (Salmos 32:5).

No seamos necios intentando esconder nuestros pecados de Dios. No se puede. Además, Él ya los cubrió con la sangre de Cristo en la cruz. Ciertamente no escaparemos las consecuencias de nuestras faltas, pero viviremos el perdón de Dios y nuestros huesos “no se consumirán por el gemir de todo el día.” Haga una cita para confesar sus pecados HOY con Dios.

viernes, marzo 15, 2019

Desviación

Pero tú les advertirás que así dice el Señor: “Cuando los hombres caen, ¿acaso no se levantan? Cuando uno se desvía, ¿acaso no vuelve al camino? ¿Por qué entonces este pueblo se ha desviado? ¿Por qué persiste en su apostasía? Se aferran al engaño, y no quieren volver a mí” (Jeremías 8:4-5).

¿Alguna vez salió de viaje o buscó una nueva dirección en un rumbo desconocido y tomó el camino equivocado? Sin duda tuvo que regresar hasta retomar el camino correcto ¿verdad? Algunos jóvenes dirán que hoy en día con Google Maps es difícil perderse y tendrán razón, pero aun así el mensaje de Jeremías, que se dio antes de Google, tiene sentido. En el camino de la vida la "vocecita" en el celular que nos da instrucciones sería el equivalente a escuchar al Espíritu Santo dirigiéndonos al destino perfecto: el cielo.

¿Cuál es el problema entonces? El mismo que destacó Dios a través del profeta Jeremías. Escuchemos de nuevo pensando en que estamos detrás del volante buscando una dirección: ¿Por qué entonces este pueblo se ha desviado? ¿Por qué persiste en su apostasía? Se aferran al engaño, y no quieren volver a mí. Si usted estuviera observando al conductor, ¿qué diría? Algo semejante a: “Pero ¡qué necio! Lleva el rumbo equivocado y se niega a rectificar y regresar al camino.” ¿Verdad?

¿Cómo aplica a nuestras vidas? Muchas veces dejamos de escuchar a nuestro Google celestial y nos desviamos del camino y caemos en el pecado. A todos nos ha ocurrido alguna vez y es por ello por lo que Jeremías escribió: Cuando uno se desvía, ¿acaso no vuelve al camino? Dios lo entiende y en su misericordia nos perdona y nos permite regresar a la ruta correcta. ¿Pero qué puede hacer Dios con los que se niegan? ¿Con quienes prefieren quedarse varados en la desviación? ¿Desesperarse y enojarse?

¡Cuidado! Extraviarnos rumbo al aeropuerto puede significar perder nuestro vuelo. Leamos cómo termina el capítulo 8 de Jeremías: Pasó la cosecha, se acabó el verano, y nosotros no hemos sido salvados. Perder un vuelo no es tan grave, perder nuestro destino eterno, lo es. ¡No seamos necios y en caso de desviación, regresemos al Camino!