miércoles, diciembre 24, 2008

Cinco Días para Navidad (Conclusión)

Esta es la conclusión del relato. Mi recomendación es que no lea esta parte sin haber leído la primera, la cual puede encontrar más abajo, la anterior publicación. ¡Feliz Navidad!

El Primer Día
El sábado por la noche, sin habernos puesto de acuerdo previamente, nos reunimos de nuevo, excepción hecha de René y el Teniente.

La conversación obviamente giró alrededor de la muerte del general y del aparente inició de los cinco días de plazo de la apuesta.

Ese fue el primer punto: ¿René había dado la señal? ¿Tomaba la muerte del General como su delito?

En ninguno de los medios se mencionaba la palabra asesinato. Todos concordaban: falla cardiaca. ¿Cómo podía haberse iniciado la apuesta si no había delito? ¿No era una táctica de René?
Después de todo, lo único que había dicho era el tiempo restante para Navidad. ¿Un truco para obligar al Teniente a colocar su atención sobre un punto y él actuar en otro? Tanto si lo era, como si no, lograba por lo menos, confundir al Teniente.

Por otra parte, para personas que conocíamos a René de tiempo atrás, era inconcebible el creerlo asesino. ¿Matar a una persona para ganar una apuesta? ¡No! No podía ser.

Durante nuestras discusiones de los días anteriores habíamos concluido que René hubiese podido robar para tratar de ganar la apuesta, aunque también estábamos convencidos que luego de los cinco días y haber dado una lección al Teniente, hubiera regresado el producto del robo. Ello, a final de cuentas, y si todo salía bien, no hubiese dañado mayormente a nadie. Pero, ¡matar!
¿No sería solamente una broma?

Después de todo, ¿no era la mejor forma de acabar con la farsa de la apuesta?

Aunque esa noche se vertieron mil conjeturas, yo tenía la mente bloqueada con una pregunta:
¿Tenía importancia el episodio del salero?

El Segundo Día
El domingo por la noche se presentó el Teniente y como todos nos mostramos curiosos, nos contó las averiguaciones realizadas en torno al General.

Lo principal era que los familiares del General no deseaban se practicara la autopsia. No había razón para ello y el Teniente no había querido externar ninguna idea que sugiriera el asesinato. El médico que atendió al General había dicho, y lo sostenía sin titubear, que la muerte se había debido a un paro cardiaco provocado por una indigestión.

La sola mención de la palabra "indigestión" generó un silencio sorprendente entre los ahí reunidos. Si el estómago tenía relación con el deceso, entonces René podía estar involucrado.

-Teniente -preguntó alguien-, ¿crees que René tenga algo que ver? El jueves el General comió la sopa preparada por René. ¿Recuerdas?

-Lo recuerdo, pero también recuerdo que todos tomamos esa sopa, incluido el propio René. Y nadie, quitando al General, tuvo problemas, ¿no es así?

-Bueno, ahora que se menciona... -intervino Carlos-, yo estuve enfermo del estómago ayer.

-Además -continuó el Teniente sin apenas atender a Carlos-, de haber existido un veneno, seguramente el forense hubiera reconocido algún síntoma.

-Evidentemente la sopa no estaba envenenada, a menos, y no me lo parece, que el averno se parezca a la casa de Peraza.

-Te diré que Peraza sí tiene facha de Luzbel.

Como continuaron las bromas, el Teniente se escabulló discretamente haciéndome seña de que lo siguiera.

Llegamos a una habitación vacía.

-¿Tienes aún el salero?

-Sí, lo tengo en mi caja fuerte.

-¿Exactamente el mismo?

-Estoy completamente seguro.

-Supongo que me lo entregarías...

-Sólo si René me autoriza a ello. No puedo actuar de otra forma. Tú me conoces.

-Yo conozco tu ética cristiana. También sé que René me lo negará si sencillamente se lo solicito. Para obtener el salero debo acusarlo formalmente, más para ello debo poseer alguna indicación clara de que el General fue envenenado.

-Entonces, ¿crees que René lo hizo?

-Tengo que creerlo. No puedo permitirme el no investigar.

Hubo una pausa. Muy solemne, el Teniente continuó:

-Es cierto que me burlé de René; ahora me arrepiento. Pensé que iba a intentar un robo, en cuyo caso me hubiera importado muy poco atraparlo o perder la apuesta. ¡Matar! Por muy nefasta que hubiera sido la persona en vida, no puedo pasarlo por alto. Y si además de ello tuvo la osadía de hacerlo en mi presencia...

Al despedirnos, aún me dijo:

-Lo siento por él, pero pondré mi máximo esfuerzo en aclarar el caso. Por favor, que el salero no salga de tu caja fuerte.

El Tercer Día
René se presentó a la reunión del lunes por la noche y fue asaltado a preguntas, sin embargo de todas se escabulló elegantemente. No obstante, hubo una frase que lo hizo titubear.

Una amiga muy sensible, Yukiko (padres japoneses), había tomado aversión a René desde el momento que se iniciara la apuesta y prácticamente se había trocado en odio ante la sola sospecha de que René hubiese matado al General.

De hecho, ella no había estado participando en la conversación, sin embargo supo hacerse oír:

-Es triste que el hombre sea el único animal capaz de matar a un semejante sólo por salvaguardar el amor propio.

La expresión de René fue un tanto indefinida. Aunque notó claramente quién había soltado la frase, su contestación no fue dirigida a nadie en especial.

-Es triste que el hombre, que la humanidad, no sepa qué es la vida, ni sepa a dónde debe dirigirse. Las abejas están concientes de que la vida no es la fugaz existencia de un zángano o una obrera, y son capaces de enfrentarse a cualquier ente que amenace su futuro, aún cuando ese ente sea algo tan descomunal como un ser humano. ¿Por qué la humanidad no percibe que los hombres sólo son células de un proyecto grandioso? Los tumores hay que extirparlos tan pronto se identifiquen, porque si bien, son parte del organismo, la degeneración de su crecimiento, puede acabar con el propio organismo. La gran inteligencia del hombre no debe servir para ponerse trabas que le impidan desechar los tumores malignos. Debe enfrentarse a todo lo que amenace su futuro, sean las degeneraciones de su propia raza, o sean los Dioses que se ha impuesto y que han adquirido una fuerza más allá de lo racional. Cuando no se entiende qué es la vida, ¿Para qué molestarse en condenar la muerte?

Nadie lo interrumpió y observé que nadie estaba preparado para discutir con él. Sin embargo, yo me sentí en la obligación de defender mis creencias y se me ocurrió tomar la parte de los tumores.

-¿Cómo podría un ser humano mortal ser capaz de juzgar a sus semejantes? Sólo Dios...

-Antes que nos prediques -me interrumpió René sin miramientos-, la propia Biblia que tienes por misión defender, fortalece mi argumento. ¿Qué dice Mateo 5:30?

-No sé de memoria.

-Tu tarea -dijo con una expresión que indicaba que no podríamos continuar debatiendo si yo no estaba preparado.

Me quedé sin argumentos. No sabía si alegrarme de que hubiera leído la Biblia o escandalizarme de que la usara, muy probablemente torciéndola, para fines nada alentadores. Tenía que ir a mi casa a leer ese pasaje.

Antes de retirarnos, al igual que el Teniente, René me llevó aparte para interrogarme.

-El Teniente, ¿te pidió el salero?

-Me preguntó por él, le dije que lo tenía en mi caja fuerte y que únicamente saldría de ahí bajo indicación tuya.

-Es lo que esperaba de ti. Gracias.

-René, debo advertirte dos cosas.

-Adelante.

-Primera: el Teniente está convencido de que tú estás relacionado con la muerte del General.

Se encogió de hombros.

-Segunda: tampoco a ti te entregaré el salero antes de Navidad, a menos que me autorice el Teniente.

Me estrechó la mano.

-Sé que tu forma de ser, al menos desde que abrazaste el cristianismo, es de completa formalidad y la aplaudo.

Camino a casa no pude sino sentir la fuerte impresión de estar siendo utilizado. No había sido afecto lo que había inducido a René a incluirme la noche del jueves en la mesa del General, sino su cálculo de que mi "peculiar forma de ser" me haría el perfecto juez de una apuesta que se estaba tornando en macabra, por decir lo menos. Pero sobre todo me inquietaba el hecho de que él citara la Biblia de memoria en lo que podría ser un justificante para su delito. Él había mencionado una especie de teoría acerca de que los hombres somos parte de una especie de mega-organismo universal, teoría probablemente extraída de textos de ciencia-ficción, pero al parecer adoptados por su mente lógica que nunca se ha abierto a la posibilidad de la existencia de un Dios.

Al llegar a casa, lo primero que hice fue abrir mi Biblia y leer Mateo 5:30. Decía: "Y si tu mano derecha te hace pecar, córtatela y arrójala. Más te vale perder una sola parte de tu cuerpo, y no que todo él vaya al infierno".

Oré y lloré.

El Cuarto Día
Durante el curso de la mañana del día 23, encontré al Teniente y tuve oportunidad de intercambiar algunas palabras con él.

-Por fin logré que se efectuara la autopsia; en un rato más obtendré el resultado. Asegúrate de que esta noche asista René, es probable que pueda pedirle oficialmente el salero.

-Pero..., bueno, yo no debería meterme, sin embargo...

-Vamos, exprésate con confianza. Ten la seguridad de que tu opinión no cargará la balanza.

-Si yo fuera tú, no iría tan rápido con lo del salero. Quedarías en ridículo si ahí hubiera sólo sal, existiera o no envenenamiento.

-Tienes razón y créeme que lo he pensado mucho. Mira, cualquier "asesino común", llamémosle así, no hubiera actuado con tal desfachatez frente a un detective porque se estaría señalando. Ahora bien, el Dr. de Ávila sentó las bases para un duelo de estrategias. Él sabía que yo no tomaría los hechos con sencillez, que yo no respondería a una actuación tan obvia y por lo tanto pasaría por alto el episodio del salero. No puedo dejarme engañar.

-Pero de hecho, estás respondiendo a lo obvio, aunque estés razonando más. Dime, ¿no crees que el Dr. pudo anticipar que tu razonamiento sería tal cual lo estás expresando en este momento y cayeras en la trampa de todos modos?

-Él pensó, que yo pensaría, que él pensaría, que yo... Nos podemos ir al infinito de esta manera.

-No, hasta la mente más brillante se embrolla luego de unos cuantos rebotes.

-Me quedo con las premisas básicas. Posteriormente profundizaré en las intenciones de René. Primero: la noche anterior a la muerte del General, René actuó desacostumbradamente, lo cual indica intención o conocimiento. Segundo: proporcionó un salero al General y consiguió que únicamente él lo usara, lo cual puede ser una estrategia para desorientarme o el crimen mismo. Tercero: se negó a entregarme el salero, pero tampoco lo regresó a su saco de donde hubiera podido sacar un duplicado. ¿Qué indica esto? ¿Claridad en sus acciones? ¿Cerrarme todas las salidas?

Pude percibir una mueca de desesperación en su rostro.

-Te veré en la noche. Voy a conocer el resultado de la autopsia.

Nos despedimos y no pude sino admirar, muy a mi pesar, la magistral forma en que René había manejado todas las variables del caso. Todo apuntaba en un solo sentido. ¿Para engañar? ¿Para que resultase tan obvio que obligara al Teniente a no dejarse atrapar en la corriente?
¿Disfrazar para engañar o engañar para disfrazar?

El Teniente llegó tarde a la reunión y se veía francamente desalentado.

-Teniente, cualquiera diría que se fugaron todos tus reos.

-¿Alguna noticia?

-Finalmente se efectuó la autopsia -dijo pausadamente- y aunque confieso que aguardaba algún resultado extraño, sólo se encontró comida mal digerida en sus intestinos. Era un verdadero cerdo ese General, hasta una envoltura de plástico se comió ese día. Como difícilmente alguien puede obligar a una persona a tragarse montón de porquerías, se puede afirmar sin temor a equivocación, que no existe delito en la muerte del General.

Al hacer esta última afirmación, se quedó mirando al Dr. de Ávila.

René sonrió.

Una especie de exclamación de desencanto invadió la sala. ¿Todo había sido un engaño de René?
Aún se insistió:

-René, el Teniente declara que no hubo delito, con eso te exonera de culpa alguna. ¿No deseas declarar algo?

-Si no hay culpa, no existe culpable alguno y en ese caso, resulta ilógico que el Teniente exonere a nadie. Nada tengo por declarar. Más bien me gustaría preguntar: mañana es Nochebuena, ¿habrá reunión?

Nochebuena
Hubo reunión aunque fue vespertina. Como es tradición compartir la cena del veinticuatro con la familia, únicamente fuimos a tomar una bebida. O mejor dicho, esa fue la intención original. La realidad fue muy distinta.

El Teniente, al llegar, se encaminó directamente hacia donde se encontraba René.

-René, te solicito, es decir, te exijo oficialmente, y en este caso el significado del término "oficial", indica simplemente "ante la presencia del Dr. Alonso", me entregues el salero empleado la noche del jueves.

El Dr. de Ávila no se inmutó.

-Te será entregado inmediatamente, esto es, siempre y cuando expliques la razón de tal exigencia.

-Te acuso formalmente ante esta concurrencia, aún cuando me reservo el derecho de hacerlo ante la autoridad, de haber contribuido a la muerte del General Tapia.

Todos nosotros nos cimbramos. René mantuvo la calma.

-¿Puedo saber en qué se basa tal acusación?

-Por supuesto, Hasta esta mañana no lo supe. Pasé prácticamente toda la noche sin dormir con la sensación de que había sido vencido, no con la de que no había habido delito. El hecho de que ayer te hubieses negado a comentar nada y simplemente te hubieses limitado a mencionar que faltaba un día para Navidad, me confirmaba tal sensación. Sin embargo esta mañana decidí repasar todo lo ocurrido en estos cinco días y recordé la declaración del médico forense después de la autopsia en el sentido de que había encontrado cosas poco digeridas dentro del General. Yo había estado sugestionado por anteriores experiencias en las que un asesino hace ingerir a su víctima un veneno, una sustancia que por sí sola mata. Ese fue mi error, esperar un veneno y creer que tu estrategia era sicológica. Hasta hoy razoné que un Dr. en Ingeniería Química como tú, sabiendo tanto sobre sustancias químicas y además, teniendo acceso a ellas, bien podría hacer ingerir al General algo que, sin poder mortífero autónomo, lograse anular la digestión. Yo no conozco apenas de química, pero no dudo que seas capaz de desarrollar una sustancia así, ya que tu inteligencia es reconocida mundialmente. Esa sustancia está en el salero. Todo concuerda y después de hacer analizar el salero, habré resuelto el caso.

-No todo Teniente -dijo Carlos-, ¿no mencionaste que el forense no encontró ninguna sustancia extraña?

-Nada que pudiera matar por sí mismo. Quizá por esto no llamó la atención. O quizá esta sustancia fue eliminada por el cuerpo luego de actuar. Esto lo sabré luego de analizar el salero. Dr. Alonso, ¿me lo permite?

Me volví hacia René.

-Adelante, el Teniente tiene derecho.

-Acompáñame -le dije al Teniente encaminándome a la puerta.

Junto a la puerta el Teniente se volvió.

-No estoy seguro de denunciarte René, me interesaba aclarar el caso, no necesariamente apresar al culpable. Los familiares del General no sospechan que hubo asesinato y creo que se alterarían muchas cosas si hacemos pública la verdad.

René sonrió serenamente.

Una vez en mi casa, saqué el salero de la caja fuerte y se lo entregué.

-El analista de la Policía me espera junto con un médico especialista en digestión. Ellos me ayudarán a concluir el asunto.

Se fue corriendo y yo regresé a Casa de Peraza. Reinaba el mayor silencio. No parecía ser Nochebuena.

La mayoría se marchó. Tenían el compromiso de pasar Nochebuena con sus respectivas familias. Yo me quedé. Ansiaba conocer el desenlace del episodio del salero. Por primera vez observé a René inquieto. Al parecer lo había derrotado el detective. ¿No ocurre así en todos los relatos policíacos?

Faltaba muy poco para la medianoche cuando reapareció el Teniente. Los únicos presentes éramos Peraza, su esposa, René y yo.

-¿Era sal común? -preguntó Peraza a quemarropa.

-No -contestó inmediatamente el Teniente. Se colocó frente a René y le preguntó-. ¿Por qué cloruro de litio?

René lo miró fijamente antes de contestar.

-Seguro estoy de que ya investigaste todo acerca del cloruro de litio, pero en fin... Mi médico me recomendó hace tiempo una dieta pobre en contenido de sodio. No en forma imperativa, pero mientras pudiese evitar la sal común... Por eso siempre porto conmigo un salero con cloruro de litio, que es el sustituto más adecuado del cloruro de sodio o sal común. Como ya lo debes saber, es totalmente inofensivo y NO provoca indigestión.

El Teniente respiró profundamente y en su expresión se adivinaba la aceptación de las palabras pronunciadas por René.

-Así es caballeros. El cloruro de litio es totalmente inofensivo. Mi hipótesis por tanto, resultó falsa. Ante ustedes presento mis más amplias disculpas al Dr. de Ávila.

En esos momentos llegó la medianoche. Se alivió un poco la tensión mientras intercambiamos los tradicionales abrazos. El momento culminante fue cuando el Teniente y René quedaron frente a frente. El titubeo duró sólo unos segundos.

-¡Feliz Navidad, Teniente!

-¡Feliz Navidad, René!

-¡Qué mejor momento para dar por terminada esa estúpida apuesta! ¿Qué dices Teniente?

-Por mí, jamás existió.

Navidad
Al día siguiente me presenté en casa de René. Una idea me rondaba por la cabeza. Inocente o culpable, no podía dejar que René se quedara sin escucharme, sin que debatiéramos su extraña idea del organismo humano universal.

-René, creo que ganaste esa apuesta, pero tengo que decirte que estás mezclando dos cosas distintas, estás tomando una teoría con el organismo humano y...

René, que frecuentemente se distraía, pensó que estaba hablando de química y me interrumpió.

-¡La teoría de la catálisis y el cuerpo humano! ¡Lo descubriste! Por favor sé discreto. Sí, por un momento creí que el Teniente me descubriría, pero le faltó dar un pequeño paso. El cloruro de litio es inofensivo, a menos que ejerza una función como catalizador y además, que exista la sustancia a la cual catalizar. Todos comimos de mi sopa ese día. El monómero (el componente básico a partir del cual se forman moléculas plásticas) que puse en ella estuvo en todos los estómagos, sin embargo la sal de litio que actuó como catalizador en la reacción de polimerización, sólo la consumió el General. Resultado: un buen trozo de sustancia plástica que inhibió la digestión. Supongo que al Teniente le extrañó un poco que el forense encontrara una envoltura de plástico al hacer la autopsia, pero nunca razonó que se había formado en el estómago.

Al revelarme la verdad, quedé mudo y prácticamente olvidé todos los argumentos que llevaba para discutir con él. De hecho, sabiendo con seguridad que había asesinado a una persona, se hacía urgente hablarle sobre su salvación, pero en ese momento simplemente no pude hacerlo. Me retiré de momento, aunque sabía que tarde o temprano, Dios, no yo, lo convencería de su error.

Fui la única persona que conoció la realidad y si me atrevo a exponerla, a varios años de distancia, es por el fallecimiento del Dr. de Ávila. Asunto que trataré más adelante.

miércoles, diciembre 10, 2008

Cinco Días para Navidad

Aprovechando la época, que tenemos más tiempo para leer y escribir, pensé en publicar un pequeño trabajo de ficción que pretende convertirse en una serie de doce casos, si es que tiene aceptación. Debido a su extensión, está separado en dos partes. La conclusión vendrá en una o dos semanas.



La Apuesta
Cuando mi gran amigo, el Doctor en Ingeniería Química, René de Ávila, interrumpió la perorata del Teniente Castillo, no hizo sino proyectar las intenciones de todos los asistentes a la reunión semanal de nuestro selecto grupo de ex-compañeros estudiantiles. Y es que el Teniente, personaje bien dotado para el dudoso "arte" de la oratoria, llevaba más de una hora atosigándonos con los pormenores de sus últimas capturas policíacas, llenas todas de formidables deducciones detectivescas, tiroteos, heridos, sangre, emoción y en fin, una gama completa de acción novelesca, narrada en términos nada técnicos, para que neófitos como nosotros pudiésemos comprender las vicisitudes a que se enfrenta un jefe de detectives.

-Mi querido Teniente, disculpa que te interrumpa, pero ¿no estás exagerando la nota al vanagloriarte tanto por haber atrapado a unos cuantos "pillastres"?

-¿Unos cuantos "pillastres"?

Todos conocíamos el carácter irascible del Teniente, incluido René, y sabíamos perfectamente que luego de la sorpresa vendría la tormenta. ¿Cómo la afrontaría? Cesaron las demás actividades y todos quedamos expectantes del duelo verbal que se avecinaba.

-No entiendo qué quieres decir y será mejor que te expliques.

-Lo único que pretendo expresar es mi cansancio por tus poses presuntuosas fuera de lugar. Todas esas aventuras con las cuales nos has estado hartando, han sido originadas por personas incapaces de adaptarse al medio, gente que no tuvo educación y no pudo obtener un empleo, alcohólicos y fármaco dependientes minados seriamente en sus facultades mentales. Todos ellos delinquieron por necesidad. No representa ningún mérito el atraparlos. O bien carecían de planes para sus delitos, o esos planes eran demasiado burdos, tratando cuando mucho de mantener en el anonimato la identidad del delincuente y no la del delito.

-Hablas de cometer delitos por necesidad. ¿Es que acaso alguien lo hace por gusto?

-Por gusto, no lo sé, pero existe otra posibilidad: por poder. Los delitos cometidos por la mafia o la política pueden caer en esta clasificación. Ellos podrían ser mejores contrincantes para tus dotes detectivescas. ¿Por qué no atraparlos?

El Teniente sonrió levemente.

-¡Cierto! -continuó René sin esperar realmente una respuesta verbal-. Estoy de acuerdo contigo. Por culpa de intereses creados y de poderosas fuerzas ocultas, no puedes arrestar a ciertas personalidades, pero, por favor, no te pavonees de atrapar a un pobre diablo que por tener el estómago vacío, se vio precisado a asaltar una salchichonería cubriéndose el rostro con una media.

El Teniente quedó silencioso, con cierta indefinible expresión en su rostro. La concurrencia, saboreando aún las palabras de René, aguardaba la inminente retirada del Teniente. Aún cuando sus aventuras no habían sido nada sencillas, René las había minimizado tan hábilmente, que difícilmente hubiera podido rebatirse algo.

El Teniente no se retiró, sino que dijo:

-¿Acaso un Doctor en Ingeniería Química sería un mejor contrincante para un detective?

René pareció sorprenderse un poco antes de contestar:

-Seguramente que sí.

-¿Se avendría el Dr. de Ávila a demostrar con hechos el tan bello sermón que me acaba de endilgar? Creo que no es difícil hablar sobre la teoría de los delitos, pero para atreverse a salir de la ley, hay que tener cierta fuerza de carácter. Reconozco que yo hablo mucho, pero nadie puede negar que lo hago "después" de la acción, del arresto. Tú, mi estimado amigo, estás diciendo que cometer un delito no es complicado para una mente instruida, pero tú jamás has cometido ningún delito. Tú estás hablando "antes" de la acción.

Esta vez René quedó callado.

-Te reto a demostrar tus palabras, te reto, por ejemplo, a robar un banco y quedar impune.

Los papeles se habían trocado. Era ahora el Teniente quien ostentaba una sonrisilla de triunfo y la concurrencia aguardaba el pretexto que pondría René para eludir el reto.

La sorpresa fue mayúscula al escuchar la respuesta.

-¡Acepto Teniente! Acepto el reto.

El salón se llenó de voces.

-¡Acepto! -la voz de René acalló las demás-, pero debemos estipular ciertas reglas.

-¿Existen reglamentos para robar? -el tono del Teniente era francamente burlón.

-Primero: acepto el reto, más no para robar un banco, sino para cometer un delito, sin especificar desde ahora cuál exactamente. Eso sería proporcionar demasiadas facilidades.

-Mientras el delito no sea robar fruta de un supermercado...

-El delito deberá ser uno que amerite más de 5 años de cárcel.

-De acuerdo.

-Segundo: únicamente tendrás cierto tiempo después del delito para atrapar al culpable, luego del cual podré confesar ante esta concurrencia mi delito y tú serás responsable de mi completa libertad. Así que menciona desde ahora cuánto tiempo necesitas.

-Me bastan cinco días.

-Ya estamos de acuerdo entonces. Caballeros -René se volvió a todos nosotros-, ustedes son testigos de la apuesta. Yo cometeré un delito antes del fin de año que amerite una pena mayor a los cinco años de cárcel. Desde el momento que se estipule la señal, el Teniente tendrá cinco días para demostrar las dotes detectivescas que tanto nos presume. Si él vence, pagaré mi fanfarronada en la cárcel, pero si pasan los cinco días sin haber motivo para acusarme, conservaré la impunidad aún cuando confiese mi delito.

El Dr. de Ávila y el Teniente Castillo se estrecharon las manos, sellando así la apuesta.

Los Personajes
Nuestras reuniones de ex-alumnos se celebraban todos los viernes por la noche en el domicilio de nuestro buen amigo Peraza. Es pertinente mencionar el sistema que imperaba en tales reuniones, más que nada para que el lector pueda entender algunos aspectos de este relato.

Para poder disfrutar de una buena cena, sin afectar gravemente ni el bolsillo de nuestro anfitrión, ni el tiempo de Juanita, su soporte doméstico, cada uno de los asistentes llevaba un platillo listo para ser calentado (en su caso) y servido. De esta forma, con poco esfuerzo y bajo costo, todos los viernes teníamos un variado menú.

Otro punto que conviene aclarar es el origen de dichas reuniones. Todos los comensales fuimos compañeros de primer semestre de la carrera de Ingeniería Química en la Universidad Nacional Autónoma de México. Se hizo costumbre una pequeña reunión los viernes para descansar de los estudios y platicar en forma relajada. La reunión prácticamente se mitificó y perduró por años, aún cuando varios compañeros habían abandonado la universidad (entre ellos el Teniente Castillo) y otros se habían ausentado por años al irse a estudiar al extranjero (como el caso de René).

En particular, el Teniente Castillo había abandonado los estudios al fallar repetidamente varias asignaturas. Con el tiempo, y gracias a ciertas influencias (estamos hablando de una época en que en México se podía acceder al poder y al primer círculo de la política gracias a las relaciones personales), el Teniente logró su rango (ingresó al ejército recién abandonó la universidad) y su puesto como Jefe de Detectives. Sin embargo, el Teniente gustaba de asistir a nuestras reuniones y presumir, cada vez que podía, lo mucho que ganaba (más que cualquiera de nosotros) sin necesidad de su título como Ingeniero Químico.

René era la contraparte. Siempre las más altas calificaciones, siempre poniendo en aprietos a los propios profesores por sus preguntas atinadas y siempre demandando mayor profundidad en cada tópico. Nunca nos sorprendimos cuando obtuvo beca en Francia para cursar el doctorado, ni cuando lo consiguió con honores en un tiempo récord. Cuando regresó a México obtuvo un puesto como Investigador en Jefe en el Instituto de Investigaciones Nucleares. Una personalidad así, es fácil de imaginar, carece de mucha vida social. Soltero para todo fin práctico (aunque había contraído matrimonio tiempo atrás, su esposa lo había abandonado cuando se dio cuenta que René vivía en un mundo de ecuaciones y fórmulas) éramos nosotros sus únicas amistades.

Yo había sido en lo particular su compañero de trabajos y proyectos durante la universidad y era lo más cercano a ser su confidente, aún cuando diferíamos mucho en nuestra perspectiva de la vida. Chocábamos principalmente en el aspecto de la fe. Yo era un cristiano nacido de nuevo, mientras que René era un ateo redomado. Muchas veces pensé que lo podría convencer de la existencia de Dios y de que Jesús era el Cristo, pero cada vez me topé con argumentos inteligentes y preguntas complicadas que, lo confieso, me dejaban sin palabras. En tales ocasiones sentía que le fallaba a Dios, pero sabía que la lucha no era mía y que en tanto René no se cerrara a hablar del tema, existía la esperanza de su conversión. Tarde o temprano, aún la inteligencia formidable de René, cedería ante la fuerza del Evangelio. El asunto de la apuesta no parecía ayudar en esta misión, pero de alguna manera, en el fondo de mi ser, confiaba en que todo serviría para bien.

El General Tapia
Después de la apuesta, las reuniones de los viernes se volvieron concurridísimas. Todos teníamos una gran curiosidad por saber si René de Ávila sería capaz de infringir la ley, o si todo quedaría en palabras. Obviamente la concurrencia rodeaba a los dos "contrincantes" y mientras por un lado el Teniente alardeaba sobre el férreo carácter que debería poseer un delincuente en potencia, el cual no concordaba con el del Dr., el propio Dr. procuraba eludir el tema.

Al aproximarse la Navidad, gracias a la natural disminución de actividades en las industrias, nuestras reuniones aumentaron de frecuencia. Así, nos encontramos en plena tertulia un jueves por la noche. En tal ocasión había una gran cantidad de invitados extra y el tema de la apuesta estaba ausente de las conversaciones.

Entre los invitados destacaba el General Tapia, superior del Teniente Castillo, personaje importante en la política mexicana de la época, aunque con sobrada fama de corrupto.

La mayor parte de la velada la pasó el General Tapia explicando sus tribulaciones con la prensa. Que tal reportaje había sido falso porque en su vida había aceptado sobornos, que jamás había tomado fondos públicos para edificar su casa, y así por el estilo, una infinidad de mentiras que los periodistas, "incomprensiblemente", levantaban en su honor.

Todos nosotros estábamos incómodos escuchándolo, incluyendo al Teniente Castillo, el cual, debo decirlo, así como mencioné que era presuntuoso, me constaba era completamente honrado y no comulgaba con los oscuros manejos de su superior.

Cuando llegó la hora de la cena, el Dr. de Ávila se aproximó al General.

-Convengo con usted General, en que la prensa, hoy en día se ha vuelto más sensacionalista que objetiva, pero creo que debemos continuar la conversación en la mesa. La cena está a punto y por lo que pude observar, hoy el arte culinario afloró en toda su magnificencia. Espero me haga el honor de compartir mi mesa con el Teniente Castillo y el Dr. Alonso.

Había mucho de extraordinario en esta intervención de René. Era por todos conocido su desprecio por los personajes corruptos, principalmente por el General Tapia, y el hecho de dirigirse a él con tal cortesía, hacía presagiar algo interesante. Me sentí satisfecho, si bien un poco sorprendido, de poder seguir de cerca la conversación. Había en la velada personajes de mayor peso político que yo y el que René me hubiera seleccionado para estar en la mesa del General, no dejaba de intrigarme.

Nos sentamos a la mesa y mientras Juanita escanciaba el vino, René le pidió que sirviera la sopa bien caliente.

-Pruebe la sopa, General. Es una receta novedosa que me proporcionaron.

-Es raro René, normalmente acostumbras traer tú el postre -dijo el Teniente.

-Y deberás reconocer que todos mis postres son una delicia.

-Lo admito, así como también admito que hoy lo echaré de menos. ¿Por qué la sopa?

-Diversificación mi estimado Teniente, no deseo ser un especialista en postres y un principiante en los demás platillos. Pero aquí está ya la sopa. ¡Bravo Juanita! Esta es la temperatura ideal para una buena sopa.

-Huele bastante bien.

-¡Adelante caballeros! -exclamó René hundiendo la cuchara en su propio plato.

Todos hicimos lo propio y para ser sinceros, mi opinión tras probarla, fue la de que René debía regresar a los postres. Al observar los rostros, me pareció que era opinión unánime, aunque por delicadeza no se expresó en voz alta. René se achicó un poco.

-Me parece que está un poco desabrida -dijo-. Un poco de sal mejorará la situación. Afortunadamente -hurgó en el bolsillo interior de su saco-, siempre tengo a la mano un salero.

Mostró un pequeño salero muy estilizado. Quitó la tapa y lo pasó al General.

Yo hice un esfuerzo por dominar mi sorpresa, aunque la descubrí muy clara en el rostro del Teniente Castillo. En todo el tiempo de conocer a René, y era bastante, nunca supimos que él portase un salero, por el contrario, poseía fama de emplear muy poca sal en su comida.

Luego de verter una generosa cantidad en su plato, el General pasó el salero al Teniente, sentado a su derecha. El Teniente lo tomó, pero René evitó que lo usara.

-Teniente, usted no debe emplear el salero, recuerde su presión arterial. La sal daña su salud.

-Pero un poco...

-Lo siento Teniente, no deseo ser culpable...

Tomó suavemente el salero de la mano del Teniente y se volvió hacia mí.

-Dr., me parece que usted no acostumbra la sal. ¿No es así?

-¿Eh? Tomaré así la sopa -expresé un poco nervioso. La verdad es que sí deseaba usar sal, pero no me atreví a contradecir a René.

Sin usarlo, René lo colocó junto a su plato.

-General, nos estaba contando sobre su casa de la costa. La prensa menciona que su valor rebasa los ingresos de un Jefe de Policía. ¿Es cierto?

-Por supuesto que no. Están exagerando en todo. Mire, el terreno lo obtuve...

El General Tapia regresó a su locuacidad y los otros tres comensales no tuvimos más que comer y escuchar. Sin embargo yo me sentía desasosegado por el episodio del salero y sabía que el Teniente también lo estaba. Había sido evidente cómo René había permitido sólo al General usar la sal. ¿Qué pretendía René?

Pensando en esta pregunta dejé de prestar atención al monólogo del General, el cual, por cierto, no pareció darse cuenta, ni de la maniobra de René, ni de la inquietud del Teniente y mía. Por su parte, René continuó comiendo atendiendo vivamente al General.

Al concluir la cena y levantarnos, el Teniente se dirigió a René.

-Mi estimado René, me llama la atención la buena hechura de tu pequeño salero. Es una bella pieza. ¿Sería demasiado abuso el pedírtelo como obsequio, o por lo menos en préstamo para adquirir uno similar?

Me pareció una buena estrategia del Teniente para sondear el objetivo de las raras actitudes de René.

-Lamento no poder obsequiártelo, le tengo cierta estima, pero yo mismo te conseguiré uno similar. No, no creas que es una molestia para mi -dijo anticipándose a la réplica del Teniente-. Incluso, para garantizar la similitud, vamos a pedirle al Dr. Alonso que guarde este salero y lo tenga a la mano para compararlo con otros modelos. ¿Estás de acuerdo?

-Es demasiada amabilidad de tu parte y lo agradezco. General, lo acompaño a su auto.

Tomé el salero sintiéndome un poco como árbitro en una contienda y me lo llevé a casa para depositarlo en la caja fuerte.

La Noticia
Al día siguiente, viernes 19 de diciembre, también tuvimos reunión, aunque estábamos únicamente los comensales habituales. La nota interesante fue un inesperado mutismo del Teniente, quien se pasó la mayor parte del tiempo leyendo o escuchando conversaciones. Aún cuando le hacían preguntas, contestaba con un par de palabras y volvía a caer en el silencio. ¡Una actitud asombrosa! Mantuvo esa conducta hasta cerca de la medianoche en que recibió una llamada telefónica.

Fue evidente la palidez que cubrió su rostro al contestar. La tensión inmediatamente se comunicó entre todos nosotros y aguardamos en silencio las palabras del Teniente cuando, luego de colgar, se aproximó:

-Hace unos momentos falleció el General Tapia.

Difícilmente una explosión hubiera podido causar mayor asombro que esa noticia.

-¿Cómo fue? -logró preguntar alguien.

-Murió en su casa, al parecer de un ataque cardiaco.

El Teniente dirigió la mirada a René y como si hubiese mediado una orden, todos hicimos lo propio.

Con expresión indiferente, René al sentirse observado, miró su reloj y dijo:

-Lo siento por su familia, ocurrir esto faltando sólo cinco días para Navidad...

En ese momento eran las cero horas del día 20 de diciembre.

Continuará...