lunes, agosto 23, 2010

Bicentenario de México

La noticia:
Intervención del Secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio Irazábal… “El próximo 15 de septiembre será un gran día para la historia de México. Celebraremos exactamente 200 años de que Don Miguel Hidalgo convocara al pueblo mexicano en torno a los ideales de independencia y justicia, fundamentos de la nación que entonces nacía, y de la que hoy tanto nos sentimos orgullosos… Amigas y amigos, en el concierto de las 192 naciones y siendo miembros de la Organización de las Naciones Unidas, hoy México es el onceavo país más grande del mundo en términos poblacionales, y ocupa el catorceavo lugar en términos territoriales; México es un gran país… Pero más allá de los números, está la riqueza y la majestuosidad de la cultura mexicana, desde nuestra herencia prehispánica hasta nuestra herencia colonial, moderna y contemporánea. México, voz que proviene del náhuatl y cuyo significado es “el ombligo de la luna”, es el contenedor de una gran cultura, de una de las grandes culturas de la humanidad, de la historia universal…” (bicentenario.gob.mx)

Comentario:
Septiembre del 2010 será un mes lleno de festividades para los mexicanos. ¿Cuál debería ser la postura de un cristiano, ciudadano de un país en fiesta, ante multitud de eventos conmemorativos? ¿De alejamiento? ¿De participación irrestricta? ¿De indiferencia?

Somos el pueblo de Dios, pero pertenecemos a un país, México, donde (no tengamos duda) va a haber un gran avivamiento. Eso nos hace reflexionar con cuidado cómo debemos participar. A pesar de las dificultades, el país posee mucha riqueza otorgada por Dios. Toda la creación es de Dios y México no es la excepción. La Biblia dice:

Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová, el pueblo que Él escogió como heredad para sí (Salmo 33:12).

El formó el corazón de todos ellos; atento está a todas sus obras. (Salmo 33:15)

Ciertamente Dios proporcionó riqueza a nuestro país (playas, bosques, selvas, tierra laborable, etc.) y observa nuestro accionar. Debemos ser mayordomos de tal riqueza. No usarla para enriquecimiento personal, sino para beneficio del pueblo.

Y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios (Jeremías 32:38).

Los festejos del bicentenario pueden ser una ayuda para recordar nuestro origen y lograr una identificación entre la gente. No se trata de usar los festejos como una manera de enajenarnos con alcohol o eventos superficiales, sino como motivo de reflexión para que no exista separación de nuestras raíces. No hay motivo para no sentir amor por lo que somos y hemos sido. Jesús nos incluyó en su corazón cuando realizó su gran sacrificio por la salvación de la humanidad. Quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras (Tito 2:14).

La actitud entonces debe ser de celebración moderada. Teniendo como límite el pecado, el cristiano puede participar como ciudadano orgulloso de su pasado y aún ir más allá al orar por el país. Los cristianos debemos tener la carga de orar por México. Ciertamente existen muchos problemas que ameritarían la atención de cualquier ciudadano, pero una responsabilidad del cristiano es buscar la gracia de Dios para esta tierra.

Lo que dice la Biblia:
Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra (2 Crónicas 7:14).

Un cristiano puede celebrar el bicentenario y en una actitud de oración, buscar la unión entre la gente reconociendo el pasado de una gran nación, pero sobre todo para que en el futuro de la misma se encuentre Dios como eje fundamental para la salud y prosperidad de todos.