jueves, abril 26, 2018

Recompensas en el Cielo


Dichosos ustedes cuando los odien, cuando los discriminen, los insulten y los desprestigien por causa del Hijo del hombre… (Lucas 6:22).

Realmente este versículo suena muy bien cuando es aplicado a la época de la persecución de los cristianos. Simplemente agradecemos a nuestros antepasados que resistieron todo el maltrato posible y que fueron capaces de heredarnos las buenas nuevas del Evangelio. Pero hoy en día, en nuestro entorno, ¿cómo se aplica?

Sufrimos discriminación cuando somos ignorados para asistir a reuniones porque nuestra fe nos convierte en… peculiares, aburridos, mojigatos. No somos convidados a eventos, fiestas, celebraciones, “reventones,” etc., porque hacemos sentir incómodos a quienes desean beber a sus anchas, porque hacemos sentir juzgados a quienes desean pecar libremente, porque somos como una piedra en el zapato. ¡Gloria a Dios por esa discriminación!

Sufrimos insultos cuando nos tachan de intolerantes, hundidos en el pasado, ignorantes de los tiempos modernos. Cuando la gente a nuestro alrededor se jacta de que la ideología de género es lo actual, que la mujer tiene potestad sobre su cuerpo y puede abortar cuando lo desee, que es una crueldad corregir a los niños, que la responsabilidad del matrimonio no recae sobre el varón, etc., y nos llaman anticuados por basar nuestras ideas en un libro de fantasía. ¡Gloria a Dios por esos insultos!

Sufrimos desprestigio cuando por nuestras ideas basadas en la Biblia hablan a nuestras espaldas tachándonos de “aleluyos,” “cristianoides,” evangélicos y demás adjetivos equivalentes y apuran a la gente a no escucharnos, a tener cuidado de no prestarnos atención so pena de “caer” y ser convertidos, como si creer en Jesucristo fuera una enfermedad. ¡Gloria a Dios por ese desprestigio!

Leamos la continuación en Lucas: “Alégrense en aquel día y salten de gozo, pues miren que les espera una gran recompensa en el cielo.” (Lucas 6:23a). Esa discriminación, esos insultos, ese desprestigio... nos producen recompensa en el cielo. ¡Bienvenidos!

sábado, abril 14, 2018

“Que exista la luz”

Y dijo Dios: “¡Que exista la luz!” Y la luz llegó a existir (Génesis 1:3).

El tercer versículo de la Biblia es famoso por un par de situaciones. Antes que nada, es la primera vez que se registra la voz de Dios. “¡Que exista la luz!” es lo primero que dijo, no precisamente a la humanidad, porque aún no existía, pero tal vez lo dijo con ella en la mente para la posteridad. Otra cosa interesante del versículo es que la luz de la que habló Dios no fue luz solar. El sol fue creado hasta el cuarto día. Entonces, ¿de qué luz estaba hablando Dios?

Para el pastor James Ryle es claro: Dios es luz y con esta acción estaba permitiendo su visibilidad. Iba a permitir un entorno en el cual Él se pudiera percibir. No necesitaba al sol o a las estrellas para existir. Al contrario. Al crear la luz en el primer día, quedó manifiesta su naturaleza. ¿Y cuál es su naturaleza? Amor.

En los siguientes días Dios manifestó su amor. Creó las condiciones para que el hombre pudiera existir en un pequeño hogar llamado Tierra en un entorno (sistema solar, galaxia, clúster, universo) impresionante. Imagínese construyendo un pequeño acuario para su pececito de colores. Pero lo ama tanto que además le construye, no solo una habitación donde ubicar el acuario, sino un edificio, un vecindario, un país, un continente, diseñados específicamente para que las condiciones del acuario sean perfectas para el desarrollo de su pequeño pez.

El pastor Ryle concluye diciendo: “Su deseo (de Dios) es que veamos (percibamos, entendamos, y para eso es la luz) una revelación de Su amor en todo lo que Él ha hecho, en todo lo que Él dice y en todo lo que Él hace.” Sin luz, olvidemos al sol, no podemos.

Dios es amor (literalmente) y Dios es luz (metafóricamente).

martes, abril 10, 2018

Resplandece

¡Levántate y resplandece, que tu luz ha llegado! ¡La gloria del Señor brilla sobre ti! (Isaías 60:1)

Si bien en este capítulo el texto está dedicado a Israel, no es remoto ni descabellado hacerlo propio en tanto el objetivo del mensaje no se desvirtúe: esparcir la gloria del Señor Jesucristo. Esto es, si la gloria del Señor brilla en nosotros, no es para hacernos famosos, destacar en este mundo o llenarnos de soberbia. Es para esparcir el mensaje de salvación.

Note que la primera parte es una instrucción o tal vez un mandato, incluso, una orden: ¡Levántate y resplandece! Lo primero que debemos hacer es levantarnos. Hacer algo por el reino, poner un esfuerzo, algo de nuestra parte para luego recibir la luz del Señor y resplandecer. Viene a la memoria aquel mensaje que recibió Josué: “Esfuérzate y sé valiente…” (Josué 1:6a). Dios le dio instrucciones a Josué y lo motivó diciéndole que estaba de su lado. Aún así Josué tuvo que ir a la batalla.

¿Podía el Señor diezmar a los enemigos de Josué con una legión de ángeles? Podía, pero no era parte de sus planes. Él necesita que los hombres estén involucrados en la batalla de todos los tiempos. Josué respondió positivamente en su momento. Fue a la guerra y tomó posesión de la tierra de Canaán. Hoy en día nos toca a nosotros.

Gracias a Dios que no se trata de una batalla física, sino de una espiritual, pero de la misma manera tenemos que combatir a un enemigo. Igual que en los cuentos de hadas cuando el héroe va a rescatar a la princesa de las manos del dragón, nosotros debemos rescatar almas de las manos de Satanás. Si cree que el Diablo va a ir a entregarse dócilmente a donde usted se encuentra cómodamente acostado, va a sufrir una desilusión. Hay que levantarse e ir a la lucha. Debemos poner nuestra disposición a las órdenes del plan del Señor.

Y entonces resplandeceremos y la luz del Señor brillará en nosotros. Tendremos honor en donde vale la pena tenerlo: en el Reino. La fama en el mundo es vanagloria temporal e improductiva. Haga tesoros eternos: ¡Levántese y resplandezca! Es una orden.

miércoles, abril 04, 2018

Naturaleza Pecaminosa


Los que viven conforme a la naturaleza pecaminosa fijan la mente en los deseos de tal naturaleza; en cambio, los que viven conforme al Espíritu fijan la mente en los deseos del Espíritu. La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz (Romanos 8:5-6).

No señalemos a nadie, pero hay muchas gentes a nuestro alrededor que caen dentro de la primera descripción. Tal vez, y tristemente, nosotros mismos. Los que viven en adulterio, fornicación y pornografía, en la creencia de que son placeres, se encuentran amarrados a la sensualidad y viven esperando el fin de semana en que volverán a dar rienda suelta a los deseos carnales. Los que viven atados al consumo de alcohol y otras adicciones, esperan el momento de tener una nueva excusa para reunirse con los “amigos” y dejarse llevar por la bebida, tabaco o drogas. Los que viven en la ilusión de que la abundancia de cosas materiales trae la felicidad, ansían llegue su oportunidad de vivir con lujos y exceso de autos, aparatos electrónicos, bienes raíces y demás.

Dice bien la Biblia que esas personas fijan la mente en los deseos de la naturaleza pecaminosa. Tristemente, jamás tendrán suficiente. Al iniciar una nueva semana, estarán con la mente puesta en el siguiente desenfreno. Al volverse común la última compra, estarán con la mente en el siguiente nivel de deseo material.

En cambio, hay que fijar la mente en los deseos del Espíritu. Dice la Palabra que el resultado es vida y paz. Y no se deje influenciar por los detractores de la vida espiritual que insisten en que es aburrida, dolorosa para las rodillas y sin placer alguno. Tales detractores no han leído Gálatas 5:22-23: En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas.

Imagine que es usted una persona cristiana, convencida de poner la mirada en los deseos del Espíritu. Usted será: llena de amor por la gente, sinceramente interesada por todos sus conocidos. Será llena de gozo, con la sonrisa siempre a flor de labios. Será llena de paz interior y se reflejará en su rostro y en su forma de ser. Será paciente, a pesar de los esfuerzos para alterarlo de gente necia a su alrededor. Será amable en cualquier circunstancia. Será bondadosa con humanos, animales y el planeta. Será llena de fe, evidenciado por su seguridad de salvación eterna. Será humilde no importando su estatus social. Y será capaz de controlar sus emociones ante cualquier conflicto.

Usted será una persona que cualquiera quisiera tener cerca, llena de amistades y con una vida plena en este planeta. ¿Cambiaría eso por una noche de parranda y desenfreno?

martes, abril 03, 2018

Abundancia

Que abunden en ustedes la gracia y la paz por medio del conocimiento que tienen de Dios y de Jesús nuestro Señor (2 Pedro 1:2)

¿Quién no desea más gracia y paz?

El diccionario de la RAE enfatiza lo agradable de estos conceptos. Gracia es “Don o favor que se hace sin merecimiento particular; concesión gratuita; perdón o indulto.” Imagínese ante un juez y un jurado, al estilo de las películas americanas, todo en un entorno imponente. Imagínese a usted mismo, en el sitio dispuesto para el acusado, con la cabeza baja, escuchando al fiscal enumerar sus muchas faltas: mentiras, abusos de confianza, manipulación de la información, adicciones, etc. Y tiene en su conciencia que todo es cierto, no tiene coartadas o argumento alguno ante tal abundancia de evidencias.

Llega el momento temido en que el juez le pregunta directamente: “¿Cómo se declara el acusado?” Y Usted con la cara ardiendo de vergüenza contesta: “¡Culpable, Su Señoría!” Llega entonces el momento de la sentencia y está esperando escuchar lo peor de labios del juez. Este hace sonar su martillo (¿no le parece extraordinario el uso del martillo? Podían haber usado una campana, un timbre, un cuerno, música de expectación, en fin… escogieron un martillo de madera). Y al hacerse el silencio el juez dicta sentencia: “No hay dudas de la culpabilidad del acusado, pero por amor a mi hijo, quien está rescatando al acusado, este queda en libertad, sin condena alguna. Se levanta la sesión.” Eso es Gracia con G mayúscula.

Además, según el diccionario RAE: “Paz es sentimiento de armonía interior que reciben de Dios los creyentes.” De nuevo, ¿quién no desea más gracia y paz? Nótese que Pedro no está deseando, a quienes escribe, abundancia de pan o de cosas materiales, sino de gracia y paz.

El problema es que muchas veces los cristianos, aunque desean más de la gracia y la paz de Dios, no están dispuestos a pasar más tiempo en la Palabra de Dios y en la oración, como dice la continuación del versículo: “Por medio del conocimiento…” Dios de entrada nos da gracia y paz de a gratis, pero pone la abundancia de ellas a cambio de un pequeño esfuerzo de nuestra parte: lectura de la Palabra y oración.

La abundancia que vale la pena está a nuestro alcance.