Dichosos ustedes cuando los odien, cuando los discriminen, los insulten y los desprestigien por causa del Hijo del hombre… (Lucas 6:22).
Realmente
este versículo suena muy bien cuando es aplicado a la época de la persecución
de los cristianos. Simplemente agradecemos a nuestros antepasados que
resistieron todo el maltrato posible y que fueron capaces de heredarnos las
buenas nuevas del Evangelio. Pero hoy en día, en nuestro entorno, ¿cómo se
aplica?
Sufrimos
discriminación cuando somos ignorados para asistir a reuniones porque nuestra
fe nos convierte en… peculiares, aburridos, mojigatos. No somos convidados a
eventos, fiestas, celebraciones, “reventones,” etc., porque hacemos sentir
incómodos a quienes desean beber a sus anchas, porque hacemos sentir juzgados a
quienes desean pecar libremente, porque somos como una piedra en el zapato.
¡Gloria a Dios por esa discriminación!
Sufrimos
insultos cuando nos tachan de intolerantes, hundidos en el pasado, ignorantes
de los tiempos modernos. Cuando la gente a nuestro alrededor se jacta de que la
ideología de género es lo actual, que la mujer tiene potestad sobre su cuerpo y
puede abortar cuando lo desee, que es una crueldad corregir a los niños, que la
responsabilidad del matrimonio no recae sobre el varón, etc., y nos llaman
anticuados por basar nuestras ideas en un libro de fantasía. ¡Gloria a Dios por
esos insultos!
Sufrimos
desprestigio cuando por nuestras ideas basadas en la Biblia hablan a nuestras
espaldas tachándonos de “aleluyos,” “cristianoides,” evangélicos y demás
adjetivos equivalentes y apuran a la gente a no escucharnos, a tener cuidado de
no prestarnos atención so pena de “caer” y ser convertidos, como si creer en
Jesucristo fuera una enfermedad. ¡Gloria a Dios por ese desprestigio!
Leamos la
continuación en Lucas: “Alégrense en aquel día y salten de gozo, pues miren que
les espera una gran recompensa en el cielo.” (Lucas 6:23a). Esa discriminación,
esos insultos, ese desprestigio... nos producen recompensa en el cielo. ¡Bienvenidos!
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