miércoles, junio 12, 2019

¿Dónde Está Tu Dios?


Mis lágrimas son mi pan de día y de noche, mientras me echan en cara a todas horas:¿Dónde está tu Dios?” (Salmos 42:3).

Desafortunadamente la vida no siempre es color de rosa. Ciertamente tenemos muchas oportunidades para ser felices y debemos dar gracias a Dios por ellas. Pero también existen los momentos de dolor. Aquellos en los que no podemos sino llorar. Aún si usted se considera un hombre duro, las lágrimas, con mayor o menor humedad, se desbordan en ciertas situaciones: la traición (o así lo parece) de un amigo, la soledad en un día festivo, la sensación de peligro en una situación de incertidumbre, el sentir que hemos fallado en cierta misión familiar o laboral, el pensar que hemos decepcionado a alguien, incluso a nosotros mismos, el temor de que el futuro es incierto y problemático, etc.

En esos momentos de pesar, podemos llegar al punto en que, como dice el salmista, las lágrimas son el pan de día y de noche, implicando que ni siquiera existe el deseo de comer. Y, por si fuera poco, la gente a nuestro alrededor, en vez de verter palabras de consuelo, aprovechan para hacer mofa de nuestra creencia. “¿Dónde está tu Dios?,” “No dices que tu Dios es todopoderoso, ¿por qué no te ayuda?,” “¿Está de vacaciones? ¿Dónde está tu Dios?”

Pero la gente que se mofa ni siquiera es original. Durante la crucifixión de Jesús, la gente decía algo similar: “—Salvó a otros —decían—, ¡pero no puede salvarse a sí mismo! ¡Y es el Rey de Israel! Que baje ahora de la cruz, y así creeremos en él. Él confía en Dios; pues que lo libre Dios ahora, si de veras lo quiere. ¿Acaso no dijo: “Yo soy el Hijo de Dios”?”
Si se lo decían a Jesús, ¿qué podemos esperar nosotros?

Sin duda tendremos nuestros momentos de angustia, en esta vida es inevitable, pero, así como Jesús se puso en las manos de Dios y aceptó su voluntad, nosotros debemos confiar también en Él.

Veamos cómo termina el Salmo 42:

“¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza, y todavía lo alabaré. ¡Él es mi Salvador y mi Dios!” (Salmo 42:11).

Luego de desahogarnos, recordemos este versículo, limpiemos las lágrimas y enfrentemos al mundo.