lunes, marzo 26, 2018

Sol y Escudo


10 Un solo día en tus atrios, ¡es mejor que mil en cualquier otro lugar!
Prefiero ser un portero en la casa de mi Dios que vivir la buena vida en la casa de los perversos.
11 Pues el Señor Dios es nuestro sol y nuestro escudo; él nos da gracia y gloria.
El Señor no negará ningún bien a quienes hacen lo que es correcto.
12 Oh Señor de los Ejércitos Celestiales, ¡qué alegría tienen los que confían en ti! (Salmos 84:10-12, NTV).

El Salmo 84 es uno de los preferidos para alabar a Dios. Pero cuando se lee completo y de corrido, se pierden ciertos detalles. Por ejemplo, veamos los versículos 10 al 12.

Se entendería que un día en los atrios, es un día de cercanía con Dios, no importa cuál sea el sitio geográfico puntual. ¿Por qué pasar tres años con los perversos, personas alejadas de Dios, cualesquiera que fuese su pecado, podría ser mejor que un día de comunión con Dios? Vida en pecado, no es vida. Vida con Dios es plenitud.

En el verso 11 se afirma que Dios es Sol y Escudo. No sólo nos ilumina, nos conforta, nos libra del frío, sino que, además, como escudo, nos protege, detiene los dardos del enemigo y nos cubre. Vivir en temor es casi como ofenderlo.

Y lo mejor de todo, ahí mismo en el verso 11, es cuando dice que nos da “Gracia y Gloria.”
En telefonía, 2G es muy poco, pero en el lenguaje de Dios, esta doble G es lo máximo. Gracia: porque somos humanos falibles no merecedores de su perdón, y sin embargo… nos recibe como hijos preferidos.
Gloria: porque somos humanos falibles no merecedores de su perdón, y sin embargo… nos otorga vida eterna.

No confundamos la gloria que otorga Dios con los miles de “me gusta” en Facebook. Regresemos al inicio del verso 10: Un solo día en tus atrios…

Y el remate, como consecuencia lógica de lo anterior: ¡Qué alegría tienen los que confían en ti!

domingo, marzo 25, 2018

Tesón

“Y ahora tengan en cuenta que voy a Jerusalén obligado por el Espíritu, sin saber lo que allí me espera. Lo único que sé es que en todas las ciudades el Espíritu Santo me asegura que me esperan prisiones y sufrimientos. Sin embargo, considero que mi vida carece de valor para mí mismo, con tal de que termine mi carrera y lleve a cabo el servicio que me ha encomendado el Señor Jesús, que es el de dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:22-24).

En el contexto de esta cita, Pablo estaba por emprender un viaje a Jerusalén y eventualmente de allí iría a prisión a Roma. Sus amigos de Éfeso le rogaban que no fuera. Evidentemente sospechaban, con tantas personas opuestas a su ministerio en favor del Evangelio, que Pablo corría peligro.

Pablo bien podía haberlos escuchado. Éfeso era una región influyente y desde ahí podía continuar su ministerio en forma cómoda y segura. Sus palabras son un tesoro que ejemplifica el tesón (Decisión y perseverancia que se ponen en la consecución de algo, según la definición del diccionario) a la perfección.

Sabiendo que le esperaban prisiones y sufrimientos… insistió en ir.

Puso en una balanza imaginaria, por un lado, su vida y del otro el dar testimonio del evangelio y no dejó lugar a dudas cuál fue el veredicto: mi vida carece de valor para mí mismo. Era más importante llevar a cabo el servicio encomendado por el Señor Jesús.

¿Y nosotros? ¿Nos acobardamos ante los riesgos? ¿Ignoramos el llamado? ¿Nos distraemos con actividades superficiales e intrascendentes? Reflexionemos que, en el gran panorama de la vida eterna, lo realmente importante es… dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.

jueves, marzo 22, 2018

El Reino de Dios

Los fariseos le preguntaron a Jesús cuándo iba a venir el reino de Dios, y él les respondió:
“La venida del reino de Dios no se puede someter a cálculos. No van a decir: “¡Mírenlo acá! ¡Mírenlo allá!” Dense cuenta de que el reino de Dios está entre ustedes.” (Lucas 17:20-21).

La mente de los humanos tiene en ocasiones ideas tan preconcebidas que nos impide entender verdades eternas. Probablemente la cita de Lucas sea uno de esos casos. Sentimos que estamos en un viaje para llegar al Reino de Dios. Que el Reino de Dios es un sitio, más que una situación, al cual nos dirigimos desde aquel momento en que confesamos a Jesús como nuestro Señor y Salvador.

¿Ha tomado el auto con sus hijos rumbo a un sitio vacacional? ¿Cuánto tiempo transcurrió hasta que uno de los pequeños preguntó: “¿Falta mucho?”? Resulta que como cristianos sentimos que “Falta mucho” para llegar a ese sitio en que nuestras enfermedades serán curadas, nuestros problemas resueltos, nuestra economía sanada, nuestro carácter domado, nuestras debilidades controladas, y un largo etcétera. La gracia de Dios será sobreabundante cuando lleguemos al Reino de Dios, decimos. Y nos equivocamos.

“Dense cuenta de que el reino de Dios está entre ustedes.” Escribió Lucas y lo que fue cierto en su tiempo, aún lo es hoy en día. Entonces resulta que estamos en un largo viaje empreñados a llegar a ser como Cristo, pero resulta que es un viaje de exactamente “Cero kilómetros,” es más, “Cero metros,” porque la verdad ya está en nuestros corazones. Lo único que hace falta es que la comprensión, “la verdad,” nos haga libres. Si lo quiere poner en términos populares, “que nos caiga el veinte” pues.

Si usted pregunta, ¿entonces por qué tantos problemas, enfermedades, falta de dinero, mal carácter, etc., si el Reino ya está aquí?, recordemos las palabras de Pablo:

Lo que dice la Biblia:
Para evitar que me volviera presumido por estas sublimes revelaciones, una espina me fue clavada en el cuerpo, es decir, un mensajero de Satanás, para que me atormentara. Tres veces le rogué al Señor que me la quitara; pero Él me dijo: “Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad”. Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo. Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte (2 Corintios 12:7-10).

Estamos tomando un largo viaje a un sitio muy cercano.

Crecimiento Espiritual


El niño crecía y se fortalecía en espíritu; y vivió en el desierto hasta el día en que se presentó públicamente al pueblo de Israel… (Lucas 1:80).

La cita se refiere a Juan el Bautista. No existen muchos detalles de su vida, pero Lucas 1:80 basta para derivar una lección importante: la vida en el desierto puede fortalecernos espiritualmente.

De entrada, por favor no vaya a reservar un boleto al desierto del Sahara, al de Arabia, ni, menos, al de Sonora. El punto es que situaciones difíciles y problemáticas (resequedad económica, relaciones sociales deshidratadas, familiares espiritualmente secos) pueden hacernos sentir estar viviendo en un desierto más árido que los mencionados antes. Y condiciones duras, forman carácter fuerte. Las piedras preciosas deben ser talladas fuertemente para que brillen.

El tiempo en el desierto le ayudó a Juan a crecer espiritualmente. ¿No debería ser lo mismo para nosotros? Por supuesto que ello requiere voluntad y fe. El desierto también puede destruir al ser humano. Veamos si no a los migrantes que perecen en el desierto de Arizona. Por supuesto que confiamos en nuestro Dios para sacarnos adelante, pero la historia bíblica nos enseña que debemos poner de nuestra parte: David confiaba en Dios, pero eso no le libró de ir a las batallas, o de enfrentar a un gigante con las apuestas en contra.

¿Acaso no clamamos con más fuerza a Dios en nuestros momentos de mayor dificultad? ¿No nos ayuda eso a crecer espiritualmente? Igual que Juan. Seguramente cuando Dios notó que Juan estaba listo, lo mandó a iniciar su ministerio, un ministerio vital en el plan de Dios. Aunque sin duda todos los ministerios son importantes a los ojos de Dios, el de Juan en particular quedaría registrado en la Biblia.

Los crecimientos mentales, físicos, sociales y espirituales son relevantes en la vida de todo creyente. Si estamos retrasados en alguno de ellos, busquemos cómo fortalecerlo antes de que Dios nos mande sorpresivamente a algún desierto a pulirnos.

Corazón Temeroso

Digan a los de corazón temeroso: “Sean fuertes, no tengan miedo. Su Dios vendrá, vendrá con venganza; con retribución divina vendrá a salvarlos” (Isaías 35:4).

¿Quiénes son los de corazón temeroso? En mayor o menor medida, todos lo somos. Todos padecemos cierto estrés o ansiedad porque no tenemos claro el futuro. En ocasiones, es incluso justificado el sentir temor. Por ejemplo: Los gastos del mes/quincena/semana son superiores a los ingresos y no tenemos idea de cómo vamos a estirar el dinero hasta el siguiente cheque/depósito. Quizás los gastos se equiparan con los ingresos, pero de repente, alguien de la familia se enferma, o se le rompió el calzado, o requiere material para la escuela. O sentimos un pequeño dolor en nuestro cuerpo que nos espanta. O el director de la empresa donde trabajamos da un discurso acerca de que se iniciará una serie de ahorros para enfrentar la crisis económica y tememos por nuestro empleo, etc. Sin duda es inevitable y justificado sentir temor.

También hay casos donde el temor es injustificado: nuestros hijos se retrasan una hora en el regreso a casa y dejamos vagar la imaginación pensando que tuvieron un accidente, o que fueron asaltados. Nuestra pareja cambia la rutina e imaginamos una ruptura o nos llenamos de celos. Quizás usted recuerde un caso donde pasó horas imaginando lo peor, hasta que todo volvió a la normalidad y respiró aliviado dándose cuenta que su paranoia había sido de a gratis.

Entonces, justificada o injustificadamente, todos hemos tenido nuestros momentos de corazón temeroso. Y estamos llenos de estudios que hablan de que el estrés reduce la expectativa de vida. La cita de Isaías 35:4, es para esos momentos. Y la podemos completar con la cita de Lucas 12:22-23:

Lo que dice la Biblia:
Dijo luego a sus discípulos: Por tanto, os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué comeréis; ni por el cuerpo, qué vestiréis. La vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido.

¿Qué ansiedad o temor debemos soltar el día de hoy confiando en las palabras de Dios?