El
niño crecía y se fortalecía en espíritu; y vivió en el desierto hasta el día en
que se presentó públicamente al pueblo de Israel…
(Lucas 1:80).
La cita se refiere a Juan el Bautista. No
existen muchos detalles de su vida, pero Lucas 1:80 basta para derivar una
lección importante: la vida en el desierto puede fortalecernos espiritualmente.
De entrada, por favor no vaya a reservar
un boleto al desierto del Sahara, al de Arabia, ni, menos, al de Sonora. El
punto es que situaciones difíciles y problemáticas (resequedad económica,
relaciones sociales deshidratadas, familiares espiritualmente secos) pueden
hacernos sentir estar viviendo en un desierto más árido que los mencionados
antes. Y condiciones duras, forman carácter fuerte. Las piedras preciosas deben
ser talladas fuertemente para que brillen.
El tiempo en el desierto le ayudó a Juan a
crecer espiritualmente. ¿No debería ser lo mismo para nosotros? Por supuesto
que ello requiere voluntad y fe. El desierto también puede destruir al ser
humano. Veamos si no a los migrantes que perecen en el desierto de Arizona. Por
supuesto que confiamos en nuestro Dios para sacarnos adelante, pero la historia
bíblica nos enseña que debemos poner de nuestra parte: David confiaba en Dios,
pero eso no le libró de ir a las batallas, o de enfrentar a un gigante con las
apuestas en contra.
¿Acaso no clamamos con más fuerza a Dios
en nuestros momentos de mayor dificultad? ¿No nos ayuda eso a crecer
espiritualmente? Igual que Juan. Seguramente cuando Dios notó que Juan estaba
listo, lo mandó a iniciar su ministerio, un ministerio vital en el plan de
Dios. Aunque sin duda todos los ministerios son importantes a los ojos de Dios,
el de Juan en particular quedaría registrado en la Biblia.
Los crecimientos mentales, físicos,
sociales y espirituales son relevantes en la vida de todo creyente. Si estamos
retrasados en alguno de ellos, busquemos cómo fortalecerlo antes de que Dios
nos mande sorpresivamente a algún desierto a pulirnos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario