miércoles, marzo 18, 2009

Tragedia

“No temas, pues en memoria de tu padre Jonatán he decidido beneficiarte. Voy a devolverte todas las tierras que pertenecían a tu abuelo Saúl, y de ahora en adelante te sentarás a mi mesa.” Mefiboset se inclinó y dijo: “¿Y quién es este siervo suyo, para que Su Majestad se fije en él? ¡Si no valgo más que un perro muerto!” (2 Samuel 9:7-8)

Quizás mucha gente con auto-compasión pueda sentirse identificada con Mefiboset, no por su nombre, que ya sería motivo para sentirse mal, sino por la tragedia que había sido su vida hasta el momento de la conversación anterior. Recordemos que Mefiboset nació en cuna real, fue hijo de un príncipe: Jonatán, el hijo del rey Saúl. El problema es que él apenas disfrutó los lujos que la familia de un monarca normalmente posee. Cuando sólo tenía cinco años, fallecieron tanto el rey, como su padre, el príncipe Jonatán. Al saberse la noticia, su nana, en las prisas, lo dejó caer (considerando que los niños de cinco años son muy flexibles, debe haber sido un verdadero porrazo) y quedó cojo desde entonces.

Por otra parte, Jonatán hijo de Saúl tenía un hijo de cinco años, llamado Mefiboset, que estaba tullido. Resulta que cuando de Jezrel llegó la noticia de la muerte de Saúl y Jonatán, su nodriza lo cargó para huir pero, con el apuro, se le cayó y por eso quedó cojo. (2 Samuel 4:4)

¿Podemos imaginarnos su vida? Huyendo porque su familia había caído en la desgracia, dependiendo físicamente de otros por su discapacidad, rencoroso tal vez, porque el accidente no había sido su culpa, amargado quizás porque hubiera podido haber un principado, o incluso un reino en su futuro… Así podemos comprender su lenguaje ante el Rey David: “¡Si no valgo más que un perro muerto!”

Cierto que la mayoría no nacemos en familia real, si bien nos va en una familia normal, que sin embargo, se desintegra: los padres se divorcian o se la pasan peleando, alguien se encarga de “tullirnos” emocionalmente con abusos físicos o verbales, o simplemente por “descuido,” luego nos la pasamos huyendo de la realidad, dependiendo del poco cariño que algún alma caritativa arroje hacia nosotros… No es raro entonces que cuando alguien nos habla de Dios exclamemos: “¿Y quién soy yo para que Dios se fije en mí?”

Lo que pasa es que no estamos escuchando atentamente. David dijo: “en memoria de tu padre Jonatán he decidido beneficiarte…” ¡Oh! Pero nosotros no somos de cuna real, ya lo aclaramos. Nuestra familia quizás fue normal algún día, pero de real, nada, lo más cercano fue quizás alguna tatarabuela que sirvió en la cocina de cierta duquesa. No tenemos forma de que alguien nos quiera beneficiar en memoria de algún pariente. ¿O sí?

¿Qué “nos” diría Dios, en lugar del Rey David?: “No temas, pues en memoria de mi hijo Jesucristo he decidido beneficiarte.” Ahí está la clave. Después de todo, sí podemos tener “derechos de sangre,” podemos pertenecer a la familia de Jesús… ¡Podemos ser los hijos adoptivos de un rey! Sólo necesitamos aceptarle como nuestro Señor y Salvador y podremos sentarnos a la mesa del Rey de Reyes.

Es importante considerar la otra parte de la historia de Mefiboset, la parte que él no presenció (y por lo mismo no podía entender que el rey David deseara beneficiarlo), aquella en que David y Jonatán fueron amigos cercanos. Asimismo, si consideramos la parte en que Jesucristo abogó por nosotros ante su padre, comprenderemos por qué valemos más, mucho más, que un perro muerto.

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