Esfuérzate por presentarte a Dios aprobado, como
obrero que no tiene de qué avergonzarse y que interpreta rectamente la palabra
de verdad (2 Timoteo
2:15).
¿Recordamos nuestros días de escuela?
Trabajábamos, hacíamos tarea y estudiábamos para alcanzar la meta anhelada:
APROBADO. Bonita palabra que, por supuesto, nos evitaba la vergüenza de la
alternativa REPROBADO. ¿Nunca reprobó? ¿Un año, un curso, un parcial, un examen
sorpresa, una tarea? ¡Felicidades! Pertenece a un grupo selecto. Pero la
mayoría fallamos en al menos alguna actividad. Y estará de acuerdo en que se
siente feo.
Si uno se siente mal reprobando un examen
parcial, imagínese cómo se sentirá uno si reprobamos el examen más importante
de nuestra vida. No estamos hablando del examen que nos convierte en
profesionistas, o nos otorga una maestría o un doctorado. Estamos hablando del
examen que nos otorga la Vida Eterna. El examen que aplica Dios de alguna
manera.
2 Timoteo 2:15 dice que debemos
presentarnos a Dios aprobados y aclara cómo. Primero: Sin tener nada de qué
avergonzarnos. Esto es, ser transparentes, ante los demás y ante Dios. ¿Tiene
secretos? ¡Cuidado! ¿Hace cosas que le da vergüenza hablar de ellas? ¡Atención!
¿Cree que, porque nadie lo ve o nadie es perjudicado, puede hacer trampas? ¡Qué
iluso! Eventualmente, aunque sea frente al trono de Dios, todo sale a la luz.
Segundo: Obrero. Todos somos trabajadores
del Reino. O deberíamos serlo. Gracias a Dios que tenemos un empleo, que
trabajamos fuerte en una planta, en una oficina, o en un hogar. Pero aquí Pablo
se refiere a que seamos obreros del Señor. Imagínese que usted es un empresario
y está administrando su negocio. Contrata a un empleado, le indica lo que se
requiere hacer y el empleado, en lugar de trabajar, se la pasa en el “feis”, en
el “whats”, en el “yutube.” Ahora piense que el empleado es usted mismo y que
el empresario es Dios, decepcionado del obrero que contrató.
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